Más allá del mundo aparte en que se manifiesta y desenvuelve la genialidad, cualquiera de los restantes miembros de la humanidad; esto es, tú, yo, nosotros, ellos, casi todos..., para mantener viva la llama de la ilusión por el ámbito del conocimiento, necesitamos contar con la presencia constante de dos virtudes:
- En los/as alumnos/as: probablemente, si preguntásemos dicha cuestión por medio de una encuesta, la primera respuesta que se mencionaría resultaría ser la voluntad, la motivación, el tesón, el amor por el conocimiento o, simple y sencillamente, la pragmática posibilidad de aplicaciones posteriores, en las vidas de cada uno de los consultados; no obstante, pese a que todas ellas resultan idóneas y relevantes, la verdadera virtud que puede sostener durante toda una vida, una actitud de permanente y disciplinado discente, no resulta otra que: la activa y alegre curiosidad que atesora cualquier naturaleza infantil: la ciencia y el saber son terreno fértil, para cualquier joven curioso menor de 100 años de edad.
- En los/as docentes: en esta ocasión, seguro que las respuestas se podrían multiplicar tanto como el número de profesores/as consultados/as; no obstante, más allá del carácter vocacional que se supone a todos/as y cada uno de ellos/as, así como más allá de la pasión inherente con que puedan desarrollar su labor, todo convergerá hacia una labor de orfebrería, donde la principal virtud estribará en la versatilidad que cada docente aplique, durante el proceso formativo dedicado de forma específica, a la persona que se tiene delante en cada momento, conociendo que jamás los quilates de un discente, coincidirán con los de otro, de manera que la forma singular de acercarse a dicha joya, resulta única, individual y diferente, en cada ocasión en que se desarrolla el maravilloso viaje en busca de la adquisición (por una parte) y de la transmisión (por la otra) del conocimiento.
