Las matemáticas tienen una dimensión afectiva muy importante. En base a como yo me sienta me voy a enfrentar a ellas de una manera u otra. A parte de su dificultad por el uso del razonamiento lógico-matemático, personalmente considero más importante este factor afectivo. Si algo nos gusta, nos motiva, no importa cuan difícil sea. Haremos nuestro sacrificio para lograrlo.
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McLeod define el afecto a través de 3 componentes: las creencias, la actitud y las emociones. Para explicar estos conceptos y su sinergia, pongamos un ejemplo. Si un alumno se siente capaz ante las mátemáticas tendrá una buena actitud, es decir, una predisposición positiva y abierta para adquirir información, y esta actitud llevará a unas emociones positivas.
Si este pensamiento se mantiene, esas emociones refuerzan esa actitud favorable y a su vez esta refuerza unas creencias positivas ante las mates. ¡Claro! Si algo nos hace sentir bien tendremos buenos pensamientos hacia ello. Y nos gustará.
¿Qué pasa si el pensamiento es negativo?
Aquel alumno que se sienta incompetente hacia la materia no tendrá una buena predisposición y su actitud no será buena. Este comportamiento le llevará a tener unas emociones negativas que reforzarán una mala creencia sobre las matemáticas.
Y este sistema formado tan tóxico y con vida propia es muy peligroso porque a veces las creencias son difíciles de cambiar. Y todo comenzó por una falsa creencia sobre sí mismo. Este es el principal motivo por el que los alumnos abandonan las matemáticas y le cierran la puerta.
Por suerte, los niños y adolescentes tienen una resiliencia mucho mayor que nosotros los adultos y pueden cambiar con mucha más facilidad. Es muy importante tener en cuenta la componente emocional que tienen las matemáticas, porque si el alumno tiene sus puertas cerradas, no habrá técnica y metodología maravillosas que logren que el alumno aprenda significativamente.