Cada alumno es diferente, por eso lo primero que hago es conocer sus intereses, nivel y forma de aprender. A partir de ahí, adapto mi metodología para que cada clase sea personalizada, práctica y motivadora.
Con los niños, las clases son principalmente lúdicas y comunicativas. A través de juegos, canciones, dinámicas visuales y actividades de participación, los más pequeños aprenden sin darse cue...
Cada alumno es diferente, por eso lo primero que hago es conocer sus intereses, nivel y forma de aprender. A partir de ahí, adapto mi metodología para que cada clase sea personalizada, práctica y motivadora.
Con los niños, las clases son principalmente lúdicas y comunicativas. A través de juegos, canciones, dinámicas visuales y actividades de participación, los más pequeños aprenden sin darse cuenta, desarrollando confianza al hablar y asociando el inglés con algo divertido y natural.
Con los adolescentes, la prioridad es mantener el interés y hacer que el aprendizaje sea útil para su vida cotidiana. Para ello, combino actividades interactivas, ejercicios de conversación y recursos digitales, siempre con el objetivo de practicar mucho la parte oral, pero sin descuidar lo que estén viendo en sus libros o en el colegio. Así, además de reforzar contenidos escolares, ampliamos vocabulario y trabajamos situaciones reales para que se sientan seguros usando el idioma.
Cuando un alumno ya recibe clases de inglés en el colegio, me aseguro de ir al mismo ritmo que su programa. Revisamos los temas que están viendo, resolvemos dudas y reforzamos aquellas áreas donde encuentre más dificultad, de manera que las clases se conviertan en un apoyo eficaz y complementario.
Mi experiencia me ha enseñado que aprender inglés no tiene por qué ser complicado. Con el enfoque adecuado, cada estudiante puede avanzar, ganar confianza y descubrir que el inglés puede ser tanto una herramienta útil como una experiencia agradable.
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