Mi nombre es Germán González Márquez y nunca quise ser docente.
Es muy común en el gremio escuchar que, desde la infancia, hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo de ocio a imitar a nuestros profesores del colegio. Bien corrigiendo exámenes ficticios, explicando los conceptos más básicos o inventando, incluso, un listado de clase con los nombres de nuestros familiares y compañeros. Ese jamás...
Mi nombre es Germán González Márquez y nunca quise ser docente.
Es muy común en el gremio escuchar que, desde la infancia, hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo de ocio a imitar a nuestros profesores del colegio. Bien corrigiendo exámenes ficticios, explicando los conceptos más básicos o inventando, incluso, un listado de clase con los nombres de nuestros familiares y compañeros. Ese jamás fue mi caso.
Nunca fui un niño que retara al destino proponiendo mi futura profesión, más bien me ceñía a cumplir con las tareas que se planteaban y salir adelante. Posiblemente este fuera el motivo por el que en Bachillerato no me fuera muy bien. No tenía claro cual sería mi futuro, qué profesión escogería o qué carrera universitaria estudiaría. La desmotivación unida a la exigencia de esa etapa me hicieron perder el interés por mis estudios, algo fatal para mi carrera.
Por suerte, y a base de muchos intentos, pude finalizar y probar con la Formación Profesional. Solía pasar gran parte de mi tiempo libre en el ordenador, por lo que optar por dedicarme a la informática y la programación era una buena opción. Craso error por mi parte, ya que no fui capaz de finalizarlo.
Después de varios años perdidos, decidiendo qué camino seguir, tomé la determinación de continuar con el negocio familiar y dedicarme a la economía y la empresa, matriculándome en el Ciclo Superior de Administración y Finanzas. Aquí comenzó todo.
Por primera vez, los profesores encontraron talento en mí, un talento que, hasta la fecha, parecía inexistente. Amaban su trabajo, su especialidad, valoraban la creatividad, el esfuerzo y el buen hacer. Dejaban a un lado la enseñanza tradicional, estructurada, cuadriculada, con la que nunca llegué a congeniar. Motivaban, dedicaban su tiempo a tus inquietudes, te escuchaban, buscaban tu bien por delante del suyo propio. Encontré mi lugar.
Ahí fue donde decidí que quería dedicarme a la enseñanza. Se que jamás podré pagar la deuda que contraje con ellos el día en que comenzó el camino que aún recorro, pero dedicar mi vida a hacer lo mismo que hicieron ellos conmigo la aminorará poco a poco.
Por eso estoy aquí, después de tanto recorrido, para dar todo de mí ante esos alumnos que no tienen tan claro su camino en la vida, para dar las gracias, cada día, por haber encontrado el mío.
Por eso, hoy, mi nombre es Germán González Márquez y, de corazón, QUIERO SER DOCENTE.
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