Luciano Fariña

Más allá de la memorización de los temarios (fechas, nombres, batallas, acontecimientos abstractos), la Historia debe ser entendida como una ciencia que estudia la vida y las experiencias humanas en sus múltiples facetas. Con el estudio de la Historia tenemos la oportunidad de construirnos como individuos conscientes y críticos, enriqueciendo nuestra visión del mundo y dotándonos de más y mejores herramientas para superar los retos que nos presenta la vida.
Como en una ocasión dijo Sherlock Holmes, "toda persona debería tener en el ático de su cerebro el surtido de mobiliario que es probable que necesite, y que todo lo demás puede guardarlo en el desván de su biblioteca, donde pueda echarle mano cuando tenga necesidad". De nada nos sirve la acumulacion estéril de montones de datos inútiles si no tenemos la capacidad necesaria para interpretarlos, contextualizarlos y, de ser necesario, extraer de ellos aquellos factores que nos serán de utilidad para interpretar nuestro pasado, nuestro presente y, también, nuestro futuro. Es por esto que, ante todo, un aficionado o estudioso de la Historia ha de construirse también como lector y hacer de su biblioteca la caja de herramientas imprescindible con la que diseccionar los acontecimientos y, con ellos, la realidad que componen.
La única forma que entiendo de enseñar Historia es huyendo de la pesada narrativa historicista y sumergirnos, en su lugar, en las causas y dinámicas origen de todo proceso, haciendo del estudio de la Historia algo verdaderamente útil, enriquecedor y endiabladamente entretenido. Da igual la materia que se estudie, la única forma de abrirnos a todos los conocimientos que nos aporta es entendiendo su potencial transformador. Potencial para transformarnos a nosotros mismos y al mundo. Que el alumno comprenda esto es, en gran parte, trabajo de un buen profesor.