Maria Rubio

Había una vez una niña que soñaba con ser maestra. Cada día, después de volver del colegio, colocaba todos sus peluches más preciados encima de la cama mientras escribía en su pequeña pizarra las tareas que debían realizar. El mejor momento del día era llegar a casa, encerrarse en su habitación e imaginar a ser ella la profe. Había días que hasta su perrita Laika tenía que dar explicaciones por no tener los deberes terminados.
La niña con el tiempo creció y vio que para hacer su sueño realidad, tenía que esforzarse todo lo posible. A la edad de 18 años, se enfrentó a un gran dilema… ¿Educación Infantil o Educación Primaria? Y optó por realizar el Grado Superior de Educación Infantil. Con los años, nunca pensó que la base de su experiencia y su mayor aprendizaje vendría de esos dos intensos años de módulo, que muchas veces puede pasar desapercibido frente a una carrera universitaria. En muchas ocasiones, los prejuicios y nuestro entorno no nos permiten ver más allá de una salida que no sean estudios universitarios.
Al terminar el módulo se dio cuenta de que necesitaba aprender todavía más y escogió la carrera de Magisterio de Primaria, porque ella seguía viéndose con su pizarrita explicando la diferencia entre las palabras agudas, llanas y esdrújulas. Era su pasión. Sus recuerdos más felices fueron las prácticas viendo las caritas de sus alumnos emocionados porque tenían una nueva profe. Esas visitas a los colegios que le brindaban la oportunidad de ser un maestro más durante unos meses.
Uno de los mejores voluntariados de su vida: ser profesora de apoyo con alumnos en riesgo de exclusión social. ¿Y sabéis por qué decidió formar parte de esta experiencia? Porque quería enfrentarse sola a un grupo de alumnos, dar clase y ver cómo se sentía. Fue una experiencia tan enriquecedora que antes de acabar la universidad acabó dando clases durante años en una academia. ¡Vaya experiencia! Tan pronto entraban los alumnos de 3 años cantando su canción favorita de la semana como, poco después, aparecían los alumnos de 15 años agobiados porque no eran capaces de descifrar un poema de Antonio Machado.
Esa profe observaba a sus alumnos cada día y empezó a tener dos nuevos objetivos:
¿Queréis saber el primero? Consistía en querer participar en la parte lúdica e informal de la educación, así que empezó a ser monitora Scout y a trabajar en el Campus del Real Madrid llevando a cabo unos campamentos increíbles que la dejaron con mil anécdotas.
¿Sabéis cuál era el segundo? La profesora quería aprender a trabajar con sus alumnos de una forma individualizada centrándose en dar respuesta a las necesidades específicas concretas que presentaban, por lo que empezó a estudiar el Máster de Atención a la Diversidad.
Un día, tras terminar su máster se le ocurrió que otro reto sería trabajar en una escuela en otro país, con un idioma distinto y a la vez conocido. Era tan emocionante que no pudo dejar escapar esa oportunidad de investigar y buscar la escuela perfecta en Irlanda. Los nervios, la incertidumbre y el no saber qué la esperaba en la “Isla Esmeralda” hacía que la experiencia fuera absolutamente maravillosa a nivel profesional y personal.
Allí empezó el curso escolar actual, pero, desgraciadamente, los planes cambiaron a mediados de marzo cuando el mundo se enfrentó a una dura prueba. Por lo que después de dos meses de interminable espera para volver a las clases, la profe decidió coger su maleta llena de recuerdos y experiencias y volver a su ciudad. Ahora, sigue aprendiendo, sobre todo a cómo cuidar de sus alumnos para que no se pierdan nada y nunca dejen de aprender y sonreír…
…Su aventura continua ¿Te atreves a tener una profesora como ella en tu equipo?