Simón Casas

Antes de graduarme como arquitecto, hice de profesor particular durante varios veranos. Muy pronto, me especialicé en las matemáticas para lo que entonces eran los últimos cursos de la EGB y ahora es la ESO. Es un momento difícil, tanto por la hiperactividad propia de los adolescentes como por la densidad del contenido.
Muy pronto, descubrí una manera de hacer el temario más llevadero, e incluso divertido. En vez de explicar los conceptos con el lenguaje del profesor, lo hacía usando palabras más sencillas, comparaciones y ejemplos sin relación aparente con las matemáticas. Con esto, lograba que conceptos como el cambio de signo cuando intentas despejar la incógnita de una ecuación sean más comprensibles. Lo curioso (o no) del caso es que, con el paso del tiempo, los alumnos recordaban tal cual las explicaciones, y me agradecían la ayuda!!!

Sé que no todos aprendemos de la misma manera ni al mismo ritmo, así que siempre pongo por delante lograr que un concepto quede fijado en la memoria antes que la prisa. Y no me importa repetir una lección las veces que hagan falta si el alumno se encalla. El conocimiento mal aprendido o asimilado a medias es peor que el conocimiento que no se tiene.
Pero nada de todo esto sirve si el alumno, luego, no es capaz de usar lo que se le enseña, así que me gusta, como remate a la clase, que intente usar lo que ha aprendido y resolver sus dudas. Es la mejor manera de conseguir que no sólo pase de curso, sino que se enfrente con seguridad a los retos que tenga por delante.