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Los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú: los hippies del siglo III

Los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú son los hippies del siglo III que inspirarían a los excéntricos pintores letrados del sumi-e.

Se suele afirmar que las diferencias entre taoístas y confucianos son profundas e irreconciliables desde el principio de los tiempos. Es cierto que con la vieja expresión feng-liu, (fluir con el viento), los primeros intentaron marcar las diferencias que les separaban de los segundos; por ejemplo, el misticismo contemplativo frente al pragmatismo político o el naturalismo taoísta, tan vinculado a la libertad individual, frente a la defensa de los ritos comunitarios, tan tipicos del confucianismo.

Pero también lo es que, ambas formas de pensamiento representan las dos caras de una misma moneda. Así por ejemplo, el apego a la vida era algo compartido, como no podía ser menos en el “país de las mil calamidades”, aunque los confucianos lo demostrasen venerando las tradiciones de sus antepasados y los taoístas con los dones personales que habrían de garantizar, no solo su permanencia en este mundo, sino incluso, la continuidad de su existencia.

Una existencia que, en torno al siglo III, sería de todo menos fácil y placentera. La Rebelión de los Turbantes Amarillos (que se produjo en el año 184 d. C. y parecía sofocada un año después) mantuvo en jaque a la Dinastía Han hasta el año 205 d. C.

Lo que en principio parecía una revuelta social motivada por las precarias condiciones de vida de los campesinos y por las contínuas impuestos, acabó incrementando su potencial devastador con el efecto multiplicador de las inundaciones, la hambruna, la corrupción de la clase gobernante, la pérdida de confianza en el emperador Ling y las necesidades de numerosos ex-soldados sin empleo.

Con la caída de la Dinastía Han (cuyas consecuencias han sido equiparadas por algunos historiadores con las de la caída del Imperio Romano en occidente), China se sumió en una época devastadora (el periodo de los Tres Reinos) en la que el caos y el desorden se extendieron por ciudades y áreas rurales arrasándolo todo. Las gentes huían por igual de bandidos y soldados, asistiendo desconsolados e impotentes a la destrucción de los pilares sobre los que se había basado su sociedad.

La suspensión del sistema de exámenes que durante el periodo Han había permitido a los hijos de terratenientes y clases acomodadas el acceso como funcionarios a puestos de relevancia en la estructura del Estado, frustró las expectativas de muchos burócratas que se sentirían apartados de los círculos de influencia en los que se tomaban las decisiones políticas, sociales y económicas.

La Rebelión de los Turbantes Amarillos (que fue dirigida por el “General de los Cielos” Zhan Jiao y sus dos hermanos menores, fundadores de una secta con la que ayudaban a los campesinos oprimidos por el Estado), contribuiría a expandir el pensamiento taoísta entre el campesinado, abriendo una vía para el enfrentamiento de dos maneras de entender la vida aparentemente irreconciliables: el confucianismo, que concibe al individuo como ser social, y el taoísmo, en el que prima su ser natural.

En definitiva, como ya se anticipó, tan pragla rigidez moral en oposición manifiesta al individualismo espontáneo. La moralidad, el pragmatismo, la tradición, los ritos, el convencionalismo del orden establecido, frente al individualismo, la intuición, la excentricidad como expresión de la negación del orden y de lo previsible. Una vía en la que habría lugar para la introspección, y el igualitarismo que, en medio de tanta miseria y desconcierto, posibilitaría la propagación de una tercera forma de entender la vida: el budismo.

Como nos recuerda Chantal Maillard, el budismo, que ya contaba desde el siglo I con una comunidad establecida en Luoyang, la capital de los Han, encontró en los manuales de meditación y en algunos conceptos y expresiones taoístas la manera de calar en la sociedad china solventando la necesidad de traducir un pensamiento tan abstracto como el budismo a un lenguaje tan pragmático como el chino: “la noción de vacío (Sūnya), por ejemplo, fue traducida por la palabra wu del taoísmo, y la oposición nirvana / samsara por la de wu-wei / yu-wei (camino del vacío / camino de las apariencias).” (Maillard, Chantal, La sabiduría como estética China: confucianismo, taoísmo y budismo, pág. 49. Akal, 2008).

Durante el periodo de los Tres Reinos (entre el 220 y el 280 d. C.) se establecieron tres estados (Wei, Shu, y Wu) gobernados por diversos clanes familiares y terratenientes que sembraron el terror entre la población durante casi un siglo. Algunos historiadores se han aventurado a cifrar en cuarenta millones, las personas exterminadas en uno periodos más sangrientos y tristes de la historia de China.

Las disputas ideológicas alimentaron las intrigas y las conspiraciones, favoreciendo un clima de inestabilidad y desconfianza en el que se sumieron no solo militares, políticos y gobernantes, sino también intelectuales, pensadores, cronistas y funcionarios que había formado parte hasta el momento del selecto club de los letrados burócratas confucianos de la época Han.

En este contexto, los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú representan quizá la vertiente más excéntrica (“los bohemios y hippies del siglo III”, como los calificó el jesuita Fernando Mateos, reconocido sinólogo e hispanista extremeño). La versión más libre y creativa (por no decir excesiva) de lo que se ha venido a llamar neotaoísmo.

La naturaleza ofreció refugio (físico y espiritual) a los renegados del sistema, sabios reconvertidos en ermitaños, que encontraron sosiego abrazando la frugalidad de la vida contemplativa. El desprecio de la ruidosa vida mundana y materialista, no ocultaba su procedencia culta, ni eclipsaría sus dones artísticos, por lo que no se mostraron dispuestos a renunciar a sí mismos, a la defensa de su integridad, a mantener firme su individualismo inconformista, en definitiva, a mostrase tal como eran (tzu-ran).

Si renunciaron a la artificialidad fue para desenvolverse sin inhibiciones, con plena naturalidad, mostrando sin ambages su talante irreverente, su desdén por una sociedad a la que no deseaban pertenecer. Y a pesar de sus individualidades, o quizá precisamente por ellas, conformaron un grupo heterogéneo, extravagante y antisistema, probablemente ingenuo, loco y disparatado, pero comprometido también, con la dimensión individual y más trascendental del ser humano.

El grupo estuvo formado por Xi Kang (223 – 262), Shan Tao (205 -285), Xiang Xiu (228 -281) Ruan Ji (210 - 263), Ruan Xian (230 - 281), Liu Ling (221 – 300) y Wang Rong (234 – 305). Existen diversas fuentes que nos ilustran sobre sus andanzas, no todas con la misma solvencia.

Para la elaboración de sus perfiles y algunos comentarios sobre ellos, nos hemos basado en la lectura de Hamil, Sam y Seaton, J.P., La sabiduría de Chuang Tse, pág. 13, Ediciones Oniro, 2.000; en la web page de la Asian Society, en la que bajo el epígrafe “Seven Sages of the Bamboo Grove” se expone una breve biografía sobre cada uno de los componentes del grupo, y en la publicación de Laing Johnston, Ellen (Neo-Taoism and the "Seven Sages of the Bamboo Grove" in Chinese Painting) publicada en Artibus Asiae Vol. 36, No. 1/2 (1974), pp. 5-54, perteneciente al Instituto de Bellas Artes de la Universidad de Nueva York.

El primero, Xi Kang es recordado como poeta, músico, alquimista, autor de diferentes tratados sobre política, ética y longevidad. Se alejó muy pronto de la vida oficial abatido por la corrupción y por los convencionalismos, declarándose acérrimo defensor del wu-wei. Destacó por su convicción taoísta y por sus estrechos lazos de amistad con Ruan Ji, junto a Liu Ling los dos que mayor apego demostrarían por la bebida.

El segundo de la lista, Shan Tao se rindió a los placeres de la vida política alcanzando el rango de Director de Instrucción y aunque intentó seducir a Xi Kang para que siguiera sus pasos, éste permanecería fiel a sus convicciones hasta el punto de acabar ajusticiado, acusado de mantener una reiterada y poco disimulada actitud antisocial. En realidad su muerte fue consecuencia de las purgas producidas tras las protestas por el derrocamiento del emperador Cao Shuang en Luoyang a cargo del clan Sima (en concreto su muerte es atribuida al general Zhong Hui).

Xiang Xiu, era considerado el intelectual más riguroso y serio del grupo y se le atribuye un comentario en el Chuang-Tzu, el Libro del Maestro Zhuang.

Ruan Ji fue un gran poeta y escritor. Hijo de un funcionario de alto rango, él mismo ocupó un puesto como oficial de infantería, aunque pasó a la historia por su carácter desenfrenado e imprudente, consecuencia de su exagerada afición a la bebida.

Ruan Xian, a quien se le atribuyen habilidades musicales, también ocupó diversos cargos en la administración del Estado.

Liu Ling escribió una oda a las virtudes del vino, por lo que podemos imaginar cuál era su principal inclinación.

Sobre Wang Rong existe poca información, aunque se sabe que también alcanzó como funcionario el mismo rango que Shan Tao.

Los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú, a los que se consideró practicantes asiduos de las conversaciones puras (qingtan o 清談) durante sus reuniones, solían encontrarse en un discreto y acogedor entorno natural, cercano a la residencia de Xi Kang, en el que los bambúes seguramente crecían sin hacer ruido.

A diferencia de los confucianos, que “nunca hicieron un solo enunciado sin instruir a las personas sobre cómo llevarlo a cabo en la práctica real”, los taoístas daban a conocer sus doctrinas utilizando una técnica discusiva calificada por los primeros como superficial, inútil y pretenciosa por su supuesta inoperancia a la hora de transmitir el conocimiento.

Las conversaciones puras pueden considerarse como improvisados debates filosóficos (en los que por razones obvias se evitaban los temas políticos) que no solo ponían a prueba la sabiduría de los participantes, sino también su ingenio y su capacidad para sorprender y cautivar a la audiencia.

Aquellas conversaciones, en apariencia inocuas, eran mantenidas siempre en foros informales, ajenos a los cauces gubernamentales: el bosquecillo de bambú de nuestros siete sabios, por ejemplo. A menudo eran regadas con vino y acompañadas de excentricidades que ponían de manifiesto su desapego con la moral confuciana, despertando el recelo, el desprecio y quizá en algunos casos hasta la envidia de los representantes del poder establecido.

El lector interesado puede consultar las anécdotas y las transcripciones de conversaciones sobre personajes de la época Han (incluidas alusiones a los integrantes de nuestro grupo de excéntricos) recogidas en el libro de Liu I-ching, Shih-shuo Hsin-yü: A New Account of Tales of the World, publicado por la Universidad de Michigan en 2002. El índice en el que se clasifican las conversaciones e historias en hasta 36 temas, ya anticipa una jugosa lectura.

En un inspirador y más que recomendable artículo de Flora Beja Botton, publicado en septiembre de 1971 en la Revista de la Universidad de México (No todos los chinos eran mandarines: los siete sabios del bosque de bambú), esta pionera e infatigable investigadora mexicana, nos revela por qué a través de los siglos, los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú han continuado siendo uno de los motivos pictóricos más representados: “los siete sabios encabezan una tradición de excentricidad que volvió a brotar en varias épocas de la historia literaria y artística de China”.

Obviamente existen ejemplos de artistas “singulares” como los denominaría Pere Gimferrer o “maudits” en el caso de Verlaine en la cultura occidental (podemos volver nuestra mirada, no yendo muy lejos en el tiempo, hacia los “raros de Rubén Darío, a los que Flora Bottom cita en su artículo, o los “locos egregios” de Vallejo-Nájera, a este otro lado del Atlántico, por ejemplo. Y no necesariamente son casos aislados.

Pero quizá en ningún otro lugar como en China, a partir de los siete sabios, se instaura un sentimiento de pertenencia a un estilo de vida cínico y culto, sobrio, sensible y despojado que amparándose en un aura de excentricidad (más como refugio que como amenaza) alimentó la creatividad espontánea, la espiritualidad y la comunión con la naturaleza de una casta de artistas pintores aficionados cuyos ecos se han transmitido desde entonces a través de las sucesivas dinastías chinas y periodos históricos japoneses, enriqueciendo y a la vez depurando su legado hasta nuestros días.

Los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú han sido una referencia, por ejemplo, durante la esplendorosa Dinastía Tang (618- 907) para poetas eternos como Li Bai (de quien se dice que murió ahogado en el río Yangzi al intentar abrazar bajo los efectos de la bebida el reflejo de la luna) o pintores prodigiosos como Wu Daozi (quien según la leyenda desapareció ante los atónitos ojos del emperador Xuan Zong a través de una cueva pintada en la pared), Wang Xia (considerado como el introductor de la técnica de la tinta salpicada que, por cierto, practicaba en estado de ebriedad) o el mismísimo Wang Wei (el mejor representante de las virtudes del perfecto wen jen o letrado y a quien se atribuye la consolidación de la técnica de la pintura monocromática de tinta china).

Pero habría que esperar hasta la época de los Song (960 – 1279) para confirmar la existencia de un estilo de pintura al margen de la Academia, más individualista e introspectivo, en el que tendrían cabida las formas de expresión antisistema y los comportamientos excéntricos de algunos literati (a menudo excelentes calígrafos, pintores y poetas) que se jactaban de practicar un estilo de pintura que ellos mismos calificaban como “no profesional”.

Normalmente, funcionarios de alto rango, cultos y bien formados reivindicaban, como ya lo hicieran en el siglo III los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú, no estar dispuestos a renunciar a su forma de ser, a la expresión de sus emociones, reafirmándose así en su inconformismo y en su comunión con la naturaleza para mostrarse a través de sus pinturas de tinta tal como eran.

Como diría Su Dongpo (1036 – 1101) en una de las frases que mejor nos muestran el camino del sumi-e, “antes de pintar un bambú, debes dejarlo crecer dentro de ti”.

Volvemos a poner de relieve la expresión “tzu-ran”, que hace alusión al precepto taoísta según el cuál la naturaleza y el hombre tienen derecho a ser como son y del que surge la idea del “hombre verdadero” (el sabio), que dará lugar a la idea del hombre superior, el artista letrado, el erudito lleno de potencialidades.

Tras la estela dejada desde finales de la dinastía Ming por Xu Wei (1521 - 1530), Zhu Da (1626 - 1780) o Shi Tao (1642-1708), los Ocho excéntricos de Yangzhou (Qing de mediados del siglo XVIII) son, probablemente, la penúltima gran generación de pintores literatos chinos perteneciente a esa estirpe de artistas que se acuñó a partir de los Siete Sabios del Bosquecillo de Bambú. Formada, según algunos historiadores por hasta quince artistas, destacaremos entre sus componentes a Huang Shen (1687-1772), Wang Shishen o Liu (1686-1759), Li Shan (1686-1726), Gao Xiang (1688-1753), Zheng Xie o Banqiao (1693-1766), Jin Nong (1687-1763) y Luo Pin (1733-1799).

La influencia de estos últimos y su espíritu podemos encontrarlo aún hoy en las obras de pintores chinos contemporáneos como Qi Baishi o Xu Beihong.

Guillermo de Vicente

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