Luna Muñoz Romero

Porque “educación” es la vida misma, no es algo exclusivo para aquellos, nuestros jóvenes, nuestros niños. La educación es la creación de uno mismo como persona, es subsanar nuestras propias dudas, nuestras propias curiosidades e inquietudes, para seguir nuestro trayecto; es algo constante, algo vital, algo que forma parte de nuestra esencia humana, así como nuestro cuerpo y la energía que lo recorren también lo son. Es un preciado regalo, que recibimos de la naturaleza, entre muchos otros, así como nuestra libertad lo es (desgraciadamente no siempre). Por lo tanto, ¿cuáles son las funciones de un buen docente? o ¿qué tipo de cualidades debe tener? ¿Se trata de educar a los niños para la libertad, la bondad o el sentido crítico? ¿Se trata de educar en empatía, sensibilidad, emociones o en respeto? ¿se trata de dar herramientas para que descubran sus capacidades? ¿se trata de dar rienda suelta a su natural e incalculable creatividad y curiosidad, las cuales permiten la libre elección y adquisición de todo lo anterior? Se trata, pues, de elegir cómo llevar a cabo el proyecto de uno mismo, de descubrise, elegir e ir creándose a lo largo de toda una vida. Y, para ello, se trata de escuchar y respetar al niño, de permitirle equivocarse sin castigarle por ello, sino haciéndole entender que esa es la manera de aprender; se trata de no robar su esencia, ni privar su fuente infinita de imaginación, se trata de no destruir al niño ni destruir su infancia, para que el día de mañana ame lo que hace y haga lo que ama, sin importar el día de la semana que sea, afrontando con autonomía y firmeza los obstáculos que la vida le va proponiendo.

Casi siempre, he tenido la posibilidad de trabajar con mucha libertad, con ciertas restricciones en cuanto tiempo, instalaciones o número de alumnos, pero adaptándome a cada una de ellas, he conseguido que mis cortas intervenciones con cada niño/a o grupo de niños fueran lo más divertidas y diferentes (a lo que están acostumbrados) posibles, recurriendo a la expresión corporal y artística, a la motricidad o, sobretodo, a la comunicación y expresión tanto de declaraciones cotidianas, como de sus emociones. Me he preocupado por conocer sus intereses, sobretodo, en relación al aprendizaje de lenguas, en general. Con mis alumnos, hemos conversado sobre los beneficios de aprender segundas lenguas, respetando las opiniones de cada uno y he hecho grandes descubiertos sobre cada uno de ellos. En ocasiones me he visto reflejada en ellos, por su comportamiento, sus intereses desligados de la escuela, por sus verdaderos sentimientos e inquietudes o su desgana, inapetencia, hastío o fastidio por estar encerrados durante su infancia y adolescencia en aburridas y monótonas clases.

Por ello, en mis sesiones trato de transmitir la pasión que siento por los idiomas para que mis alumnos se vean contagiados por la positiva actitud. Además siempre intento adaptar las sesiones todo lo posible a los intereses y personalidades de los niños. Y trato que en las sesiones se trabajen las cuatro destrezas lingüísticas de manera divertida, creativa y amena, para que todos pasemos un momento agradable de total inmersión.