Hablar bien o hablar mal, la paradoja lingüística

Es lícita y admirable la preocupación que despierta el tema de la norma
lingüística en los que amamos la lengua. Pese a ser docente y filóloga, estoy
tan en posesión de la verdad como cualquier hablante de la lengua castellana,
lo único que puedo aportar es mi visión, ya que a fin de cuentas, este tema no deja
de ser un tema de opinión pública y comprensiblemente debatible.

Quiero hacer hincapié en que estoy de acuerdo con la idea de formar a los alumnos
para que sean capaces de tomar una decisión y no dejarse llevar por lo que han
aprendido desde niños, sin cuestionar el por qué, su origen etimológico y sus consecuencias
sociales.

No es lo mismo que Juan Ramón Jiménez, plenamente consciente de la repercusión de su obra e indudablemente conocedor de la “norma lingüística”, decidiera escribir con "j" en lugar de "g", que un alumno que no ha estudiado o no conoce la ortografía castellana en vigor (2010) dedica escribir las "g" por "j" o alterne "b" por "v".

La ortografía, muy defendible en nuestra lengua, es caso aparte frente a cuestiones lexicográficas o sintácticas (por su parecido con la fonología y por su capacidad unitaria y de cohesión entre la riqueza de las distintas hablas).

No ocurre lo mismo con la preceptiva léxica o sintáctica por varias razones; entre ellas, la incapacidad de una norma preceptiva para controlar el uso que se hace de la lengua y ejercer una presión meramente limitadora.

La lengua cambia porque cambian la necesidad de los hablantes y la manera de expresar sus inquietudes. Regresan latinismos, se abandonan unos préstamos y se adquieren otros.


Se juega con la lengua y se le da forma. Esa belleza lingüística desaparecería si fijáramos hoy mismo la lengua tal como la conocemos y, lo que es aún peor, la lengua moriría porque dejaría de ser de sus hablantes.

No hablamos hoy con tratamientos arcaicos como el de vuestras mercedes, ni usamos expresiones o vocablos que de nuevo regresan en forma de literatura y que como los
doblajes hispanoamericanos de las películas de los 80 y los 90, aparecen como un recuerdo del pasado, hermoso, nostálgico, precisamente por no existir ya en el lenguaje común.

Otra razón del abandono de la norma preceptiva es la falacia de las autoridades: "yo culto, yo leído, alejado de mis paisanos, de mi gente, desde mi torre de marfil, dicto al populacho las reglas del bien hablar y miro con desdén y hasta con malicia, sus errores, y para mis adentros la petulancia me da la razón, pero no me la da la historia".

La lengua ha cambiado siempre desde abajo, el latín de la iglesia y de los romanos no venció al latín paladino. Nebrija y el rey Alfonso X impusieron un cambio controvertido para la época y moderno en sus ideales.

Muchos hombres “cultos” contemporáneos despreciaban el castellano escrito, y se esmeraban en escribir en latín clásico. Pero gracias a sus deslices, cometidos muy a su pesar, tienen los historiadores lingüísticos, los fósiles para reconstruir los avatares y vicisitudes de la historia del español. Cada cambio en la lengua ha sido frecuentemente despreciado por la tendencia tradicionalista.

Acaso mi propósito docente sea más ambicioso que el de esperar que la gente use sin protestar la variante aconsejada por los académicos.

Yo anhelo que las personas desarrollen sensibilidad lingüística a través de la curiosidad natural y que cuestionen el origen, el sentido y el uso de su forma de hablar y de escribir, que persigan su propio criterio basado en conocimientos sólidos de etimología, de literatura, de morfosintaxis, de historia.

Deseo que seamos los hablantes, a fin de cuentas, dueños de nuestro destino lingüístico, pero no por azar, sino por voluntad propia y que para construir la lengua, nuestros maestros no sean los que prescriben, sino los que escriben.

Eugenia Ferrer (Profesora de lengua y literatura castellana/profesora de inglés)

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