La pregunta que hacen muchos padres: ¿Cuál es la mejor hora para que mi hijo se ponga a estudiar?

Durante 38 años dando clases particulares, la verdad es que los padres de mis alumnos me han ido preguntando cien mil cosas. Pero algunas de las cuestiones son siempre las mismas y cuando recibo la visita de unos nuevos clientes, ya sé que más tarde o temprano van a salir algunos de esos temas, digamos, estrella.

Entre las cuestiones relacionadas con las técnicas y hábitos de estudio, una de las más frecuentes es la que da título a este post. ¿A qué hora debe mi hijo ponerse a estudiar?

La pregunta no es gratuita. Normalmente, detrás de ella hay un conflicto entre lo que los padres consideran adecuado y/o prudente y los horarios "raros" que los alumnos a veces quieren usar. Un alumno adolescente necesita dormir un número razonable de horas, no sólo por cuestiones de rendimiento sino incluso por temas de salud. Pero ocurre que hay estudiantes que prefieren levantarse de madrugada para estudiar y luego desayunan y se van al instituto o a la universidad. Otros, alargan las horas de estudio por la noche y se acuestan ya de madrugada. Es decir, hay una cantidad importante de estudiantes que prefieren dedicar al estudio horas que deberían dedicar al sueño.

Muchos de ellos encuentran muy difícil concentrarse durante las horas del día. Van a clase por la mañana y por las tardes se reunen con otros compañeros en alguna biblioteca para hacer trabajos juntos o consultarse cosas, a veces prefieren quedarse en casa después de comer y, los que dedican parte de las horas nocturnas al estudio, suelen hacer un rato de siesta. Muchos padres argumentan que sería mejor que durmiesen de noche y aprovechasen esas horas para estudiar. ¿Por qué no lo hacen así?

Aquí yo siempre propongo un poco de reflexión y calma. Consideremos un caso concreto. ¿Ese estudiante tiene problemas de salud por dormir poco de noche, dedicando parte de esas horas al estudio? ¿Sufre algún tipo de trastorno por hacer ese horario? Si la respuesta es que no (una mayoría), entonces les pregunto porqué eso es un problema para ellos. Y me pongo de ejemplo, hablándoles de mi propia experiencia como estudiante.

Yo era un estudiante irregular. Podía pasarme muchas horas perdiendo el tiempo porque mi atención se iba a cualquier cosa menos al estudio. A veces conseguía concentrarme y entonces terminaba mis tareas en muy poco tiempo, pero lo normal es que cualquier cosa me distrajera. Mientras fuí alumno de primaria la verdad es que no tuve muchos problemas por ello. Poco a poco, conforme iban pasando los cursos, fue apareciendo la necesidad de ponerme a repasar algunas cosas. Los ejercicios ya no se resolvían en dos minutos y los exámenes me exigían algo más que una lectura rápida en el recreo para tener la seguridad de que iba a sabérmelo todo.

Más o menos, yo debería tener unos 13 años y cursaba el último año de educación primaria (mi generación es la que estudió EGB + BUP + COU) cuando un compañero me habló de un programa de radio que se emitía de lunes a viernes en Radio Juventud a las doce en punto de la noche. Era un monólogo (sí, lo que más tarde se pondría de moda con el Club de la Comedia, ya existía en 1974) a cargo de Jordi Estadella que hacía el papel de un pijo de la gauche divine barcelonesa, un tal Tito B. Diagonal. El personaje, en clave de hipérbole humorística, ponía el dedo en la llaga de la modernidad, ridiculizando el pijerío que en aquellos años trataba de desmarcarse del populacho en los últimos estertores del dictador. Tras algunas discusiones con mi madre por el tema de los horarios (las doce de la noche no eran horas, según ella, de estar escuchando la radio aunque lo que yo quisiera oír sólo durase unos quince minutos) conseguí convencerla de que me iba bien oír la radio mientras trataba de estudiar un poco antes de irme a dormir.

Bueno, el caso es que me acostumbré a hacerlo así. Después de cenar, me iba a mi habitación y ponía la radio o escuchaba música mientras aprovechaba para estudiar un poco. Y funcionaba. No sé si por el silencio que había en toda la casa y el escasísimo movimiento que había a esas horas en la calle (mi escritorio estaba justo delante de una ventana desde la que se veía una gran panorámica de la ciudad, con una concurrida avenida justo enfrente del edificio donde vivíamos) o por convertirse en costumbre, el caso es que pocos años después, estudiando ya en la universidad, mis horas de estudio eran siempre desde la cena hasta poco antes del amanecer. Conseguía así la concentración que durante el día me costaba muchísimo de lograr.

En esa época yo practicaba deporte, salía con mis amistades los fines de semana y, en general, llevaba una vida típica de estudiante, muy activa. A pesar de estudiar de noche, nunca tuve necesidad de usar estimulantes (mi afición al café ha sido siempre muy moderada) y descubrí que durmiendo unas cinco horas diarias me sentía perfectamente descansado y podía levantarme al día siguiente sin problemas. Iba a clase por las mañanas, comía en la facultad, hacía prácticas de laboratorio por las tardes... Los períodos que no hacía prácticas o cuando las terminaba, daba clases particulares en mi casa. Luego cenaba y me iba a estudiar.

En este punto, cuando les explico a los padres de mis alumnos mi propia experiencia como estudiante es cuando les doy mi respuesta: No existen patrones fijos que sirvan para todas las personas. Cada estudiante ha de buscar y encontrar su propio horario, sus hábitos y ha de hacerlo tratando de equilibrar descanso y estudio. Por lo tanto, trato de tranquilizarlos al respecto y sólo les digo que deben estar atentos para detectar a tiempo señales de agotamiento en sus hijos. Mientras estudiar de noche no les perjudique, lo mejor es dejarles que sigan sus tendencias naturales. Lo importante es que consigan un buen rendimiento en sus estudios sin perjudicar su salud. Y creo que el equilibrio es siempre lo más adecuado.

© 2016 - JMA.

Imagen: © Robert Tracy - Girl Writing (fragmento).

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