Posmodernidad: ideas y paradojas

Las épocas históricas no se delimitan sólo por una cantidad de tiempo cronológico, que es lo de menor importancia, sino por una serie de factores materiales e ideológicos que rigen a las sociedades y a las personas. En este sentido, acercarse a los pensadores claves es una buena forma de comprender mejor cualquier período. Uno de los filósofos emblemáticos, que en cierto modo modeló la época contemporánea, es Augusto Comte. Se le conoce como el intelectual que elaboró la filosofía positiva, la que, simplificada al máximo, es una corriente filosófica que entiende que gracias a los avances científicos y tecnológicos la sociedad va por el carril de un progreso ilimitado. Esta forma de interpretar el mundo, junto con el racionalismo y el capitalismo, moldearon los grandes procesos culturales, políticos y económicos modernos: mecanización de la industria, fortalecimiento de los Estados-nación, masificación de las comunicaciones, producción en serie y consumismo, urbanización a gran escala, entre muchos otros. Inicialmente fue un período de gran confianza en la racionalidad humana y en el progreso social a través de la ciencia. Sin embargo, las dos guerras mundiales y las constantes crisis económicas echaron por tierra esta certidumbre. Además, filósofos como Friedrich Nietzsche y Carlos Marx, que en su tiempo habían hecho una enérgica y fundada crítica al pensamiento burgués, basado en el lucro y la moral cristiana, fueron rescatados para actualizar la crítica. Así las cosas, en las sociedades más avanzadas se instaló, tanto en intelectuales como en el hombre común, un profundo cuestionamiento a lo que se creía y propugnaba como el ideal de vida occidental. Las luchas raciales en Estados Unidos en los sesentas, el movimiento hippie, y lo que se llamó el Mayo del ´68 en Europa, entre otras manifestaciones, expusieron esta fuerte crítica al sistema. Pero lo que terminó por instituir el cambio fue la caída del muro de Berlín en 1989 y la expansión de Internet a partir de los noventa. Lo primero se enmarca dentro de lo que los intelectuales han llamado “el derrumbe de los metarrelatos”, en tanto el socialismo, con todo ese cúmulo de creencias sobre cómo se podía organizar la sociedad de una manera más justa, se vino abajo simbólicamente en cada pedazo de muro que cayó. La economía neoliberal y el sistema político de democracia representativa, en apariencia más flexibles y pragmáticas, quedaban sin oponentes visibles.

Por otro lado, la red global de comunicación virtual trajo un enorme cambio en las realciones humanas. El acceso a una infinita cantidad de información que, de cierto modo, traspasa fronteras y escapa al control estatal, en la práctica amplía las perspectivas y da más poder al individuo.

En otros aspectos culturales, la idea de relatividad del espacio-tiempo (Einstein), el descubrimiento de la personalidad en sus distintas capas del ello, yo, y super-yo y el peso de la cultura en el individuo (Freud), el análisis del poder y las instituciones que lo ejercen (Foucault), por nombrar sólo los más conocidos, junto con la masificación de la educación y el crecimiento exponencial de las grandes ciudades, hicieron la vida cada vez más compleja y versátil, pero a su vez más interdependiente y frágil. Las verdades que otrora acompañaban al individuo desde el nacimiento hasta la muerte se esfumaron, pues el mundo y la vida en sociedad se tornó oscilante y vertiginosa. La ciencia, que a finales del siglo XIX y principios del XX era la nueva religión, disminuye su estatus, pues, al igual que todos los demás saberes humanos, está sujeta a errores y correcciones. La verdad y la objetividad perdieron validez. Después de la física cuántica y el principio de incertidumbre (una partícula puede ser, indistintamente, materia y energía) es casi ridículo creer que existe una sola forma de entender e interpretar la realidad. En el libro ¿Es real la realidad? (1979) Paul Watzlawick plantea que la comunicación es la que construye la realidad, que puede ser múltiple y a veces opuesta, pero "no el reflejo de verdades eternas y objetivas". Se anunciaba, en otra de las paradojas, que la globalización y la web iban a homogeneizar la cultura, pero nada de eso ha ocurrido y las minorías sexuales, étnicas u de otro tipo reivindican sus derechos y pujan por subsistir más que antes. En historia, arte, ciencia, política, educación, ética, ya no hay leyes universales ni dogmas, sus definiciones se entienden de acuerdo a contextos específicos. Se dice que hemos pasado de la función a la ficción, de la verdad a la probabilidad y del significado al símbolo. David Harvey en su libro La condición de la posmodernidad (1990) señala que vivimos en tiempos de “aceptación de lo efímero, de la fragmentación, de la discontinuidad y lo caótico”.

Hay algunos que detestan este escenario, porque las cosas y los conceptos se han convertido en entidades amorfas y sin consistencia con las que es difícil construir algo sólido. Hay otros que se regocijan y lo ven como una oportunidad para replantear la forma de organizarnos y mejorar todo lo malo de esta sociedad. Estas inquietudes son parte esencial del posmodernismo, y pensarlas no hace que más ratificar que vivimos en él.

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