Wabi-sabi: la belleza de las cosas imperfectas, efímeras e incompletas.

Los japoneses nos tienen acostumbrados a expresiones sorprendentes, auténticas, profundas… capaces de contener, en sí mismas, toda una forma de entender la vida, como wabi-sabi (侘 寂). Expresiones que, sin embargo, incluso a ellos mismos les cuestan explicar con palabras.

Qué es el realidad wabi-sabi? ¿Un concepto arcaico que ya solo se tiene en cuenta entre quienes respetamos o amamos el arte tradicional de Japón? ¿Un paradigma estético basado en la naturaleza? ¿Una emoción? ¿El zen de las cosas? ¿La belleza de lo imperfecto?, ¿de lo distinto?, ¿de lo efímero? Todas ellas pueden resultar buenas aproximaciones, sin duda, pero wabi-sabi es más, mucho más.

Comencemos por el principio: wabi y sabi. Wabi tiene su raíz en “wa”, que se podría traducir por armonía, paz, tranquilidad, equilibro,… Podríamos decir que las personas “wabi” son personas sencillas, conscientes, positivas, ecuánimes, serenas, intuitivas, ponderadas… en definitiva, personas zen. Es algo que se siente dentro, más filosófico o espiritual.

Sabi, por su parte, debería traducirse literalmente como “herrumbre”. Podríamos decir que nos transmite el efecto del paso del tiempo sobre todas las cosas Incluidos los seres humanos), una evidencia de lo efímera que puede ser la belleza tal como se nos presenta en la naturaleza. Algo que resulta evidente, que se puede comprobar a simple vista, como las arrugas en el rostro de una persona; una grieta, una hendidura o cualquier otra imperfección en un cuenco de madera. Más objetivo y relacionado con la estética, en el sentido de saber apreciar los efectos que produce el paso del tiempo en las cosas y a los objetos.

Llegados a este punto podríamos decir que wabi-sabi efectivamente alude a una emoción contenida. A una manera de entender la vida y aceptar con sencillez, con naturalidad, los efectos del paso del tiempo, la vulnerabilidad de las cosas. Esta forma de entender la realidad solo puede ser consecuencia de un estado de ánimo sereno, de una percepción íntima, desnuda y espontánea, sin pretensiones, a veces levemente rozada por una sutil melancolía.

Si llevamos al ámbito de la estética esa manera de entender la realidad estaremos hablando de un canon de belleza muy diferente del occidental. Baste decir para comprenderlo que mientras la belleza de las cosas en nuestras latitudes nos es revelada por la luz, en el lejano oriente es la penumbra que habita el territorio de las sombras la que nos indica el camino hacia ella.

Así wabi-sabi representaría una estética basada en colores y brillos apagados, de iluminaciones tenues, íntimas. La estética del silencio, de la introspección, de lo natural, de lo mínimo, de la disimetría, el vacío, de la atención a los detalles, la valoración del espacio, del rastro dejado por el paso del tiempo, de lo efímero y de la simplicidad.

Suele contarse como cierta una anécdota sobre un joven monje zen que deseaba aprender de su maestro (Takeno Joo) los secretos de la ceremonia del té. Antes de aceptarle, el maestro le pidió que barriera el jardín. Rikyu, así se llamaba el joven monje, barrió el jardín escrupulosamente retirando todas las hojas caídas. Antes de dar por concluida la tarea encomendada, sin embargo, sacudió la rama de un cerezo permitiendo que cayesen algunos pétalos al suelo. Impresionado por su proceder, Joo lo aceptó en su Monasterio. El joven monje, había demostrado a su maestro que conocía el arte del wabi-sabi. Con el tiempo, Rikyu se convirtiría en un gran maestro del té.

Cuando el gran escritor, filósofo, historiador y crítico de arte japonés, Kakuzo Okakura nos dice en El libro del té, uno de los libros en los que analiza las diferencias entre el modo de pensar en occidente y en japón: “el te no tiene la arrogancia del vino, la afectación del café ni la inocencia bobaliconamente risueña del cacao”, parece estar ayudándonos a comprender el significado de wabi-sabi.

Algo que terminaremos por constatar cuando más adelante leemos que puntualiza: “el teísmo es el arte de ocultar la belleza a fin de que puedas descubrirla”. Claro que, como buen japonés, no lo hace de forma explícita.

Guillermo de Vicente

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