Tiempo del amor, Tiempo de San Valentín. Aparte del amor romántico hay muchos tipos de amores. Tenemos el amor de madre, el amor al prójimo, el amor a nuestros hermanos, a nuestros amigos, etcétera. Pero hoy venía hablar de un amor bien distinto, el amor a la enseñanza. Quería compartir mi experiencia con los lectores de este blog.
¿Cuándo empezó todo? Desde que era un niño siempre supe que quería enseñar. Veía mis profesores y pensaba que podía coger lo mejor de esos métodos y usarlo en mis clases cuando fuera profesor. La verdad es que yo me veía en la enseñanza formal pero finalmente la vida me ha puesto en la enseñanza informal. He tenido experiencia en la enseñanza reglada (He enseñado durante prácticamente un curso entero en E.S.O y Bachillerato) y puedo comparar mi experiencia con la enseñanza informal. Es en la segunda donde he podido desarrollar ese amor y expresar en la manera más pura lo que llevo dentro como profesor.
Enseñar a alguien es de alguna manera enseñarse a uno mismo. El alumno es, de alguna manera, el espejo en el que uno se mira. El alumno y lo que consiga es el reflejo directo de su trabajo pero sobre todo de todo lo que como profe uno proyecta sobre él. Es por eso que, como seguramente hayas escuchado varias veces, este trabajo es muy agradecido. Que duda cabe que es una forma de amor también. En muchas ocasiones la clase se envuelve en una mística que no es fácil de explicar. A través de la clase y la dinámica de la misma se establece una conexión personal alumno-profesor muy difícil de replicar en otro contexto. Si alguno de los que estáis leyendo esto es profe seguro que dice... ¡es verdad! Y si amigos, es verdad. Una verdad bonita y satisfactoria en la que uno hace algo bueno, se siente mejor y transmite, aparte de conocimiento, algo muy personal e intrinseco en esos momentos que muchas veces terminan siendo mágicos. Claro, esto lo dice un enamorado de la educación.
Bien amigos y lectores, hasta aquí mi experiencia de amor. ¡Feliz San Valentín!
