El aprendizaje de idiomas refleja una miríada de sensaciones, motivaciones, reacciones, y sentimientos. Lo que para unos supone un placer, un reto, incluso una necesidad, para otros puede suponer un bache, un problema, el tedio personificado.
Durante décadas se ha hablado de la dificultad de algunas personas para aprender idiomas debido a su estructura cebebral, a su genética, y aunque esto pueda tener, según la ciencia, algo de cierto, no cabe duda de que también su pone un autosugestión, una predisposición para la consecución, o no, de nuestros objetivos lingüísticos.
En el caso del valenciano, los que nos dedicamos a dar clases de valenciano vamos viendo a lo largo del tiempo como los nuevos alumnos que van llegando se dividen, a grandes rasgos, en dos tipos: los que han tenido contacto previo con la lengua valenciana, y los que no.
El primer caso suele darse por haber nacido en la Comunidad Valenciana, y haber estudiado algo de valenciano en el colegio y en el instituto, o bien por haberse trasladado a algún territorio catalanoparlante, o estar inmerso en una relación con un/a valenciano/a.
Independientemente del caso que sea, una buena base motivacional, la constancia, y la claridad en los objetivos y la metodología, serán las claves para conseguir el ansiado C1, o cualquiera de sus niveles adyacentes.
La práctica de la expresión oral y escrita, así como el estudio de la gramática, junto con un buen número de exámenes previos realizados, corregidos, y revisados, nos darán los conocimientos, la práctica, y la seguridad necesarias para afrontar con garantías una tarea, que lejos de ser fácil, es mucho menos titánica de lo que pueda parecer a mucha gente.
