La estabilidad nos delata. Se educa como se vive

Esta mañana, una señora, en la sala de espera de un centro de especialidades, entre vaguedades verbales, me cuenta algo que me alerta, que me hace comprender. “Yo fui profesora de infantil 40 años” - me dice.

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“Me saqué la oposición con 20, y fue lo mejor que me pudo pasar. Ya tendré trabajo para toda la vida” - me narra en tono de conquista. “Y eso es lo mejor. Porque entonces ya no te tienes que preocupar. Sabes que nadie puede echarte, y si no te gusta, te coges una excedencia. Yo pude jubilarme anticipadamente, y así lo hice. Total, me quedaba lo mismo”. Total, pensaba yo, llevaba años hasta el gorro de un trabajo al que no le encontraba más sentido que la conquista de lo estable.

Ni una palabra de su hazaña al cargo de 40 generaciones de niñ@s que hoy son la realidad de nuestro entorno. Ni una palabra de su amor por la pedagogía, por la docencia.

Lo que remarcaba era la ESTABILIDAD.

Ahora que lo pienso, es normal; en cuarenta años, y sabiendo que nadie te va a exigir nada, uno se vuelve cómodo, laxo, pierde el apetito ante la abundancia. Hay gente que no, pero es muy complicado, es casi marciano. Tod@s buscamos la facilidad, es una pulsión humana.

Pero la sensación de inamovilidad no fomenta la profundidad, ni la superación, ni el crecimiento. Y uno acaba moribundo ante la falta de DIFICULTAD. En otros aspectos, lo puedo entender, pero en un entorno pedagógico, donde la superación ha de imperar, no debería ser tolerable.

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No hablo de sufrimiento. Hablo de BÚSQUEDA. Si tengo la nevera llena, difícilmente bajaré al supermercado. Para desarrollar de manera profunda nuestra condición humana, lo que somos, hemos de cruzar nuestros propios límites. Es una elección, está claro, pero nos estamos jugando el futuro de nuevas generaciones. No se trata de nosotros y nuestro contrato con una falsa eternidad laboral. Se trata de qué es lo mejor para el aprendizaje. Y yo no puedo enseñar lo que no experimento.

No estamos en disposición de exigirles nada a nuestros alumnos si nosotros mismos estamos apoltronados en nuestro pupitre inamovible, a sabiendas de que nada nos puede hacer perder nuestra posición. Es una manera de vivir, de ser, de transitar la vida. Y educaremos como vivamos.

Es una contradicción que contamina todo el sistema educativo. Nos hace perder la motivación la propia naturaleza del cargo.

Y yo me pregunto: ¿es justo para esas generaciones de niñ@s que no les elijamos? ¿Es justo que nuestro compromiso no les tenga a ellos como único objetivo? ¿NO sería enriquecedor para nuestro trabajo de profesores no saber si el agua está fría o caliente, e incluso si hemos de nadar a contracorriente, a pesar de que nuestra brazada no sea la ideal?

Podemos elegir flotar y hacernos los muertos. Pero hemos de ser conscientes de que así, avanzaremos poco.

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