"Mi hijo o mi hija ha suspendido ¿Qué hago?"

Se presenta el final de la evaluación, y nos llega el boletín de notas por parte del colegio. Entonces descubrimos que los resultados académicos de nuestros hijos, no son los esperados. Hay uno, dos, tres, cuatro… suspensos.

Clases de apoyo escolar

A los padres les pueden invadir muchas emociones: sorpresa ¿Cómo puede ser?, rabia ¡estoy enfadadísimo por estos resultados, no los esperaba, voy a castigar a mi hijo/a!, miedo ¿puede ser el inicio del fracaso escolar?, y tristeza, ¡esta situación me genera desesperanza! ¿Qué hemos hecho mal?

Es una situación compleja de abordar, por tanto, requiere una mirada reflexiva para poder comprender lo que está pasando.

8 claves para orientarnos

  • Tratar de mantener la calma, algo dificilísimo. Pero si nos alarmamos demasiado, no podremos analizar que ha sucedido para que nuestro hijo/a haya llegado a esos resultados. Y por tanto, estaremos poniendo el foco en el resultado y no en el proceso.
  • Comprender que el aprendizaje es un proceso vivo, dinámico y complejo, en el cual mediante la experiencia, ensayo-error, el razonamiento y la observación, se conquistan: capacidades, competencias, saberes, hábitos y valores.

  • Tener en cuenta, que el primer damnificado por haber suspendido es el estudiante, ya que se ha enfrentado a un reto o a varios, y sus resultados no han sido los esperados. Cuando como sujetos, nos enfrentamos a un objetivo y no lo logramos, surge el sentimiento de fracaso, que a su vez nos puede llevar a la ira o a la tristeza.
  • Acompañarles como adultos responsables y tranquilos, en el sentimiento de fracaso que les ha llegado, esto es de vital importancia, ya que ellos como niños o adolescentes, no saben cómo gestionar su primera gran caída en su proceso de aprendizaje escolar, no tienen esas herramientas y por tanto se las tenemos que ofrecer los adultos. Preguntémosles como se sienten, ya que pueden sentirse: culpables y decepcionados (por haberse defraudado a sí mismos o a sus padres), llenos de ira (ante una situación no esperada les invade la rabia), tristes (angustiados y con ganas de dejar el estudio por no entender lo que ha pasado), miedosos (a volver a enfrentarse a los retos educativos ya que no confían en sus capacidades).

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  • Enfocarnos en hacer una lectura de la situación, de lo que nos ha llevado hasta ese punto: ¿qué ha pasado?, ¿cómo acompañar a nuestros hijos en el proceso de aprendizaje?, ¿tiene los conocimientos previos suficientes para aprobar las asignaturas?, ¿controla las técnicas y hábitos de estudio?, ¿se siente confiado, seguro y autónomo en el aprendizaje?, ¿podría necesitar apoyo profesional de un profesor particular o un psicopedagogo?...
  • Dar importancia al proceso, y no al resultado, lo fundamental es progresar, aunque sea milímetro a milímetro. Y esto es lo tenemos que transmitir a todo estudiante. Para que sigan queriendo enfrentarse a los embates del aprendizaje, levantarse y seguir.
  • Conocer que las últimas investigaciones en neurociencia, ponen de relieve que en los procesos de aprendizaje, la emoción y la cognición están unidas, son como una moneda de dos caras, por tanto las emociones actúan: en la memoria, en la capacidad de atención, razonamiento, en la toma de decisiones, a la hora de percibir la información y procesarla. Si un estudiante tiene malestar, frustración, displacer o desilusión ante el aprendizaje, y no sabe manejarlo, esto jugará en contra de sus funciones cognitivas y ejecutivas.

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  • Terminar con este ejemplo; cuando por primera vez en nuestra vida, nos enfrentamos a hacer un huevo frito, teniendo en cuenta lo siguiente: aceite hirviendo que salta, posibilidad de que el huevo se rompa, miedo a hacerlo mal, querer hacerlo bien, desconocimiento de la intensidad del gas o de la placa vitrocerámica…si el desenlace final fuese quemar el huevo, la solución por tanto, no sería un castigo, “has hecho mal el huevo, te castigo sin móvil”. La solución tiene que ir enfocada al proceso (a los pasos y las variables en juego) y animarles a volver a intentarlo.

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