De como me enamoré de la lengua y aprendí a hablar

Apenas tenía 11 años cuándo escuche por primera vez el francés. Estaba en casa de mi prima y ella, que había empezado a estudiarlo en el instituto, me dijo una frase. En ese mismo instante, supe que algún día aprendería a hablarlo. Me quedé prendada de sus sonidos y su forma, me enamoré literalmente, de esa maravillosa lengua.

Pocos años después, cuando entré en el instituto, no me lo pensé. En cuanto supe que había francés, lo escogí, siempre me gustó más que el inglés. De hecho, me sentía irremediablemente atraída por esa lengua.

Tardé seis años en terminar la secundaria, y cuando salí del instituto, con dieciocho años, tenía suspendida la asignatura. Y no sólo la tenía suspendida sino que, la verdad, ni quería ni tenía ganas de ir más adelante, sólo quería dejar de estudiar. Los años de instituto habían sido duros y difíciles, y los problemas familiares me afectaban tanto, que no tenía energía para dedicarle a estudiar.

Cuándo, con dieciocho años dejé el instituto, ya llevaba dos años trabajando en una tienda de Telepizza, asique me olvidé de estudiar. Pasaron los años y por problemas en el trabajo caí en depresión, después, cosas de la vida, me fui a vivir a una comuna hippie en la que retomé, de forma natural y espontánea, mi practica del inglés.

Empecé a viajar por el sur de España, y, durante casi un año entero, cada vez que me preguntaba a mí misma ¿A dónde vas? Escuchaba en mi cabeza: Francia. Era bastante curioso, y durante un año lo ignoré, aunque una parte de mí, cada vez tenía más ganas de volver (estuve unos días con dieciséis años con una amiga y su madre).

Después de varios meses en Madrid, decidí que quería ir a Francia a hacer la vendimia. En cuestión de unos días ya estaba en dirección a Chiroubles, donde trabajaría. Una amiga tenía trabajo allí y la chica que iba a acompañarla había dicho en el último momento que no iba a ir, así que esa plaza estaba esperando para mí.

Al principio no entendía casi nada, he de decir, que los franceses, como algunas veces nosotros, los españoles, hablan a una velocidad estrepitante, y como además los sonidos son diferentes, aún era más complicado.

Sin embargo no me desanimé, quería aprender a hablar. Pasaba la mayor parte del tiempo escuchando y de vez en cuando, preguntaba que significaban las cosas. Es curioso porque, aunque cuando salí del instituto estaba suspensa, en mi subconsciente había muchísima información guardada, que iba saliendo poco a poco.

Durante la vendimia tuve un accidente, y tuve que quedarme con la pierna en alto prácticamente la mitad del tiempo que había ido a trabajar. Una amiga que hice allí me invito a ir a hacer el reposo en París, en una habitación que había alquilado y todavía no estaba utilizando, y acepté.

Curiosamente, la pareja que alquilaba la casa, estaba formada por una española y un francés, lo que me ayudó muchísimo a aprender más deprisa. Además, empecé a ver la televisión en francés y me encontré con una de mis series favoritas, de esas que te sabes casi de memoria, y fue un gran impulso para seguir adelante.

De Paris baje a Lyon, donde no conocía a nadie que hablara español, y, aunque a veces era bastante frustrante porque llegaba el final del día y no había podido realmente comunicar lo que quería, también fue un gran impulso para aprender de forma acelerada.

A veces la gente me decía: "habla", y yo decía que prefería escuchar, porque así cuando comprendiera como se decía, me saldría de forma más sencilla. Leía, buscaba información, escuchaba y hablaba, y, en cuestión de seis meses, hablaba mejor que muchas personas que llevaban allí años.

El factor soledad lingüística para mí fue muy importante, porque, si hubiera comenzado a juntarme con otras personas que hablaran español -y las había-, me habría relajado y no habría aprendido realmente la lengua.

Después de siete meses allí, aunque mi francés no era perfecto, era lo suficientemente bueno para pasar todas mis entrevistas de trabajo, y, por fin, conseguir lo que quería: Una formación en alternancia. Allí llaman formación en alternancia, a formaciones que hacen subvencionadas por el estado en las que además de cobrar, haces prácticas.

Asique me cogieron para una formación de Recepcionista de hotel, junto a otros 24 chicos y chicas, de entre más de 120 personas. Para mí fue un gran éxito, porque en cuestión de 7 meses, había logrado desenvolverme tan bien con la lengua, que podía seguir la formación al mismo ritmo que mis compañeros franceses.

Por razones de salud tuve que volver a España, y hasta un año más tarde no volví. Esta segunda vez, conseguí un trabajo como secretaria en una empresa de mudanzas, y más tarde en una empresa de manufactura de alimentos.

De todas estas experiencias, aprendí que el mejor aprendizaje, es aquel que hacemos con amor, que es imprescindible que nos permitamos ir a nuestro ritmo, y que, sobre todo, tengamos paciencia y perseverancia para seguir hacia delante.

A día de hoy disfruto muchísimo dando clases de francés y ayudando a otras personas a comprender y expresarse en una lengua que para mí es maravillosa. Además, he vuelto a estudiarla para poder transmitir mejor todos los conceptos y resolver todas las dudas, las mías, y las de los demás.

Si quieres aprender francés desde 0, conmigo podrás hacerlo de forma relajada y divertida, a tu ritmo, y sin presiones.

Gracias por dedicar tu tiempo a leerme.

Un abrazo.

S

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