Desde mi humilde punto de vista, las clases particulares deberían ser algo así como una extensión del interés del niño o la niña. Es decir: que desde el mismo instante en que observamos en nuestro alumno/a o nuestro hijo/a en una determinada área de conocimiento (matemáticas, lengua, geografía, naturaleza...) podemos plantearnos, siempre contando con la participación en la toma de decisión del propio niñ@, la inclusión de unas clases que refuercen el conocimiento y la profundización en dicha materia.
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Soy consciente de que este punto de vista sobre las clases particulares no es muy común hoy día, ya que normalmente, la inclusión de un profesor particular viene dada por la necesidad de reforzar una materia en la que creemos (padres y educadores) que nuestro hijo/a o alumno/a va perdido o más retrasado.
Pero lo cierto es que en numerosas ocasiones, las clases particulares constituyen un esfuerzo no deseado por parte de los discentes. Esto conlleva que el objetivo de las clases particulares (reforzar el conocimiento y profundizar en el mismo en un área determinada) no se alcance, e incluso, en ocasiones se consiga el efecto contrario, esto es, que el discente se desmotive aún más y le tome fobia a esto de aprender.
De ahí que considero fundamental que a la hora de incluir unas clases particulares, se pregunte al discente y, sobre todo, se observe si realmente las necesita y si le interesa profundizar en ese área de conocimiento. Es un tema a discutir, dentro del mundo de la educación, ya que, no pocas veces las clases particulares se utilizan de una manera incorrecta.
