La filosofía estoica se encuentra en un contexto panteísta en el que Dios, la naturaleza y la razón son la misma cosa, todo es a causa de las leyes divinas que a su vez son leyes físicas.
Como todos los hilos de la existencia los tiene Dios, todo está determinado, nuestro destino está escrito con tinta y nuestra libertad pasa por aceptar y entender el curso de las cosas.
En el momento en el que ponemos en relación nuestro logos particular con el logos universal podemos empezar a construir un carácter fuerte, que es la base de todo estoico. La virtud por excelencia es la fortaleza, la resistencia.
El camino hacia la virtud pasa por la apatía -ausencia de pasiones- y la ataraxia -imperturbabilidad-.
La apatía trata de extirpar los deseos para que lo único que te ligue a la tierra sea la razón, aquella que tiene como máxima dejarse llevar por el destino y que conecta con Dios y el cosmos.
Aunque parezca una actitud de resignación, realmente se trata de un acto de resiliencia y optimismo por parte del sujeto que no espera nada para no desesperar.
La ataraxia es una consecuencia de la apatía. Una vez has frenado tus impulsos y deseos, el alma llega a un estado de calma y serenidad en el cual se encuentra imperturbable y feliz.
En conclusión, podemos sacar grandes enseñanzas de esta corriente filosófica que nos enseña a ser muros que aguantan el impacto de la vida y que aprenden del dolor que ésta nos puede llegar a provocar.
Seamos un poco más estoicos, vivamos entendiendo, aceptando los acontecimientos que nos depara el tiempo.