La interacción del profesor con los padres (y II)

Ya escribí una entrada en la que hice algunas observaciones sobre la relación entre el profesor particular y los padres de los alumnos. En ese primer post destaqué, sobre todo elementos de conflicto que a veces aparecen entre ambos. Ahora quisiera terminar este apartado de las relaciones padres-profesor hablando de cómo enfocar la colaboración entre ambos para optimizar el rendimiento de las clases particulares.

Antes de entrar de lleno en el tema, he de aclarar que no todos los alumnos de clases particulares son menores de edad o jóvenes cuyos padres intervengan en el proceso. Un porcentaje muy importante de los alumnos que he tenido eran adultos que volvían a estudiar por algún motivo y que necesitaban una ayuda extra o alumnos universitarios que gestionaban por sí mismos las clases. En este caso, el papel de los padres lo ejerce el propio alumno y nuestro diálogo con él ha de incluir muchos de los temas que se tratan con los padres. Cada alumno es distinto y a veces es necesario llevarlos más de la mano para que vean cómo deben organizar su tiempo, qué ejercicios deben hacer y cuáles no son necesarios, etc. En cambio, es muy normal que, a partir de ciertas edades, la madurez del alumno sea muy alta y él mismo gestione el ritmo y el contenido de las clases.

Os pondré dos ejemplos para aclarar lo que quiero decir. A un alumno de Primaria, por ejemplo, es necesario marcarle muy claramente qué ejercicios debe hacer por su cuenta y cómo debe presentarlos después. Aún así, muchas veces hay que hablar también con el padre o madre y explicarles lo que se pretende hacer para que así puedan controlar que su hijo lo haga. Sin ese doble control, el nuestro y el de los padres, la gran mayoría de alumnos no mueve un dedo.

En cambio, a un alumno de cuarenta años que está estudiando para presentarse a la prueba de acceso a la universidad para mayores de 25 años, no le tienes que ir diciendo qué debe hacer a cada paso. Le buscas ejercicios adecuados a sus dudas, se los vas pasando y él mismo gestiona su propio tiempo (habitualmente, en estos casos, haciendo equilibrios entre sus responsabilidades laborales y/o familiares), los va resolviendo al ritmo que puede y te va preguntando las dudas que han surgido al hacerlos. También suelen aportar ellos mismos los tipos de ejercicios que quieren aprender a resolver, permitiendo focalizar las clases en los temas que necesitan más ayuda.

¿Por qué es necesaria la colaboración estrecha con los padres?

En el ejemplo de antes ya apunto uno de los problemas principales que surgen cuando se tiene un alumno joven y que sólo puede resolverse si los padres colaboran con el profesor particular. Sin ese entendimiento es casi imposible conseguir los objetivos marcados. Pero hay más aspectos en los que necesitamos su colaboración.

Primero, he de recordar que el profesor particular y el conjunto alumno/padres tienen entre ellos una relación contractual, son un par proveedor/cliente. El profesor vende su tiempo y sus conocimientos a unos padres que los compran para que su hijo avance en sus estudios. Se trata por tanto de un contrato de servicios y como tal debe existir un acuerdo y un entendimiento total entre ambas partes para evitar problemas de ningún tipo. La profesionalidad del profesor particular ha de ser la mayor posible si se desea vivir de ésto durante mucho tiempo. No hay peor propaganda que un trabajo mal hecho, ni mejor propaganda que justo lo contrario.

Nadie nace enseñado y yo he cometido muchos errores de los que he tenido que ir aprendiendo cómo debo actuar para evitar sorpresas. Por ejemplo, recuerdo que al principio de dar clases, cuando debería hacer uno o dos años que me dedicaba a ello, vino a verme una chica que estudiaba bachillerato. Era a principios del verano y ella había suspendido Física y Química de 2º de BUP. Sus padres trabajaban y no podían venir a hablar conmigo, así que sólo hablé con ella. Acordamos que me pagaría todas las clases al final de agosto. Todo bien, ningún problema.

Estuvo viniendo a clase durante casi dos meses. Al finalizar la última clase, desapareció y nunca más la volví a ver, ni a ella ni al dinero que me debía. Yo sabía dónde trabajaban los padres, pero tenía 18 o 19 años y aún era muy tímido, así que no me atreví a ir a hablar con ellos. Pero sí que aprendí que los temas de dinero no deben dejarse aparte, como si fueran un tema incómodo de tratar. En toda transacción comercial, el pago es un elemento básico. No podemos considerar una venta realizada hasta que se ha cobrado lo estipulado. Y aunque seamos profesores particulares y eso del dinero nos parezca antipático de mencionar y que estamos por encima de esas menudencias, en realidad debemos siempre tratarlo como una cosa natural, como un elemento más de nuestra relación con el alumno y con su familia.

No siempre las mentiras consiguen vencer... Recuerdo otro caso que me sucedió, aunque en este caso apenas me vi perjudicado por ello. Un día vino a verme una madre con su hija. Sería más o menos después de las primeras notas del curso, así que supongo que faltarían unas semanas para Navidad, aunque ya no recuerdo de qué asignatura hablamos. El caso es que acordamos cómo enfocar las clases, los horarios y el precio. Todo correctísimo, sin ningún problema aparente. Recuerdo que la chica hablaba muy poco, pero eso era normal en nuestra primera entrevista, así que no le dí más importancia.

El primer día que tenía que venir a clase, la alumna no se presentó. Yo ya estaba acostumbrado a que a veces sucedieran cosas así. La gente viene, te pregunta, acuerdas una cosa y luego se lo piensan y les da corte venir a decírtelo, con lo que optan por desaparecer. Por lo tanto, seguí con el resto de mis clases y me olvidé del tema.

Ya pasado casi todo el curso, sería a finales de abril, un buen día, estaba dando clase en casa y llamaron a la puerta. Al abrir, un hombre me alarga unos billetes y me dice que le disculpe, que se había olvidado de darle el dinero a su hija para pagarme esa semana... Completamente desconcertado (yo ni me acordaba de aquella chica) le pregunto que de qué chica me está hablando, que no tengo ninguna alumna que me deba dinero. El hombre me dice cómo se llama su hija y entonces me viene a la memoria aquella muchacha que no vino nunca a clase. Hablamos... Al pobre hombre le fue cambiando la cara y cuando asimiló que su hija nunca había venido a hacer ninguna clase estaba ya completamente blanco. La chica había estado mintiendo en su casa, le habían dado todas las semanas el dinero para pagarme y ella nunca vino a clase.

No sé como terminaría el asunto. Pero cuando el hombre se fue, yo no hubiera querido estar en la piel de su hija...

Casos como éstos han ido enseñándome que debemos siempre hablar con la familia. Da igual si es para sólo comentar que todo va según lo acordado. Únicamente la mejor de las comunicaciones puede evitar disgustos, mal entendidos y problemas de cualquier tipo. No debe darnos vergüenza hablar de nuestro trabajo con los padres, es más, creo que es obligatorio. Y eso es tanto más así cuanto menor sea el grado de madurez del alumno, ya que él aún no estará capacitado para auto-gestionarse.

Otro aspecto que me gusta dejar siempre muy claro con los padres es el del tiempo libre. Por mal que le vayan los estudios a un chaval, por mucho que tenga que estudiar, creo que debe disponer de un cierto porcentaje de tiempo libre. Lo necesita para desconectar, para que su cerebro descanse del esfuerzo y le de tiempo a asimilar las cosas. Dormir y divertirse han de formar parte del horario habitual de cualquier alumno. A veces, sobretodo en vísperas de un examen importante, éste deberá centrar su tiempo en el estudio, minimizando el que dedica a dormir o al entretenimiento. Eso está claro. Pero pretender que un adolescente no haga otra cosa que pasarse todo un verano entero (por ejemplo) sin ningún tipo de distracción ni nada que no sea el hincar los codos no sólo es utópico sino que además puede ser muy contraproducente.

Los objetivos se consiguen cuando se optimiza el rendimiento, no a base de maximizar las horas dedicadas al estudio. Y un joven rendirá más estando motivado y dedicando un número razonable de horas al estudio si en medio dispone de tiempo para entretenerse y relajarse. La cabeza rinde más cuando está interesada en lo que hace y para ello lo mejor es evitar agotarla. Como siempre, en todo debemos mantener una actitud de equilibrio, sin caer en extremos ni de un lado (todo diversión, nada de estudio) ni del otro (sólo estudio, nada de diversión).

Ésto a veces cuesta de que muchos padres lo entiendan. La primera vez que tratemos este punto, es preferible hablarlo a solas con ellos, sin la presencia del alumno. Y luego hay que hacerlo con él delante, explicarle que hemos hablado con sus padres y que tendrá que comprometerse a mantener unos hábitos diarios de estudio, con cierto tiempo libre en medio. Y deberíamos asegurarnos de que ambas partes cumplen lo acordado.

Otro punto interesante, y no menos importante que el resto, es tratar de evitar que ciertas actitudes dentro de la familia menoscaben la confianza del alumno en sí mismo. Siempre hemos de evitar las comparaciones entre hermanos, por ejemplo. Que un hermano mayor esté cursando una brillante carrera de abogado no significa que el menor tenga que hacer lo mismo. A lo mejor estamos ante un futuro electricista que será capaz de montar una empresa de instalaciones y de conseguir ganarse la vida mucho mejor que el otro. No todos los abogados consiguen llegar a ser profesionales de primera línea muy valorados y con su futuro económico asegurado. Y he conocido más de un instalador que ha montado un pequeño imperio y llegado a ser un nombre importante en la economía del país.

En general, debemos hacer ver a los padres que no existe nadie que sea inútil. Y que nunca debemos decirle a alguien que lo es. Un porcentaje nada desdeñable de alumnos que necesitan ayuda extra lo que más agradecen es recuperar la confianza en sí mismos. Los nervios y el sentirse inferiores son las fuentes principales de exámenes suspendidos entre alumnos que quieren estudiar pero que las cosas les van mal.

Y no es un tema que tenga solución fácil. Por ejemplo, ¿qué podemos hacer para que un alumno no se ponga nervioso en un examen? Pues bien, a corto plazo se puede hacer muy poca cosa. Por desgracia, cuesta muchísimo cambiar la actitud de un alumno frente a los exámenes y hacerle recuperar su auto-confianza. Y ha de ser un trabajo de equipo. Sin la colaboración de la familia poco podremos conseguir. Primero hay que reforzar su auto-estima, hacerle ver que lo suyo no es un problema de capacidad, que no es tonto, vamos. Si buscamos entre las cosas que le gusta hacer, seguro que encontramos alguna que no es fácil, que requiere cierto grado de inteligencia o habilidad para hacerla bien y hemos de intentar que se mentalice de que si es capaz de hacer eso bien también podrá hacer bien otras muchas cosas. Ha de darse cuenta de que eso es así.

En ciencias en general, y en matemáticas en particular, la seguridad en uno mismo se consigue a base de hacer muchos ejercicios, de ver que dominamos todos los casos que nos pueden salir en un examen. Eso hace que el alumno, aún estando nervioso el día de la prueba, disponga de todos los instrumentos para hacerlo lo mejor posible. Y los resultados positivos siempre llegan. Los que llevamos años en ésto sabemos que si uno estudia al final siempre termina aprobando. Entonces, apoyándonos en esos resultados positivos, podemos reforzar la seguridad del alumno y conseguir que se repitan. Y poco a poco, conforme él va viendo que no pasa nada por suspender un examen y que lo normal es aprobarlo siempre que haya estudiado, los nervios pasan a un segundo plano. Aprende, así, a controlarlos y, eventualmente, a conseguir que desaparezcan del todo.

Otro tema que conviene hablar con la familia: los suspensos existen. Es más, puede ocurrir que, incluso habiendo estudiado de forma correcta, se suspenda un examen. Pues bien, lo que no se debe hacer nunca es dramatizar la situación. No se hunde el mundo porque nuestro hijo haya suspendido lo que sea. Da igual si estamos hablando de un control sin más trascendencia que si el chico ha suspendido la selectividad y ya no puede entrar a la carrera que quería. Todo tiene solución. Hay muchas formas de acceder a unos estudios determinados y la mayoría de exámenes se pueden recuperar. ¿Que eso supone perder tiempo? Bien, la vida no debería ser una competición a ver quien llega antes a ningún sitio. ¿Qué debemos valorar más los padres? ¿Que nuestro hijo consiga ser médico a los 25 años o que sea un médico feliz y encantado con su trabajo a la edad que sea?

¿Qué sentido tienen los gritos y enfrentamientos entre padres, o entre padres y entrenador, cuando asistimos a un partido de fútbol entre críos de 10 años? A veces se ven espectáculos lamentables, con una violencia totalmente desproporcionada y fuera de lugar en el deporte infantil. ¿Y por qué se ven esas cosas? Por la ambición y por querer que los hijos sean lo que nosotros no hemos sido.

Resumiendo: es muy importante tener objetivos en la vida. Marcarnos una meta (querer ser abogado, ingeniero o jardinero, la meta concreta no importa) nos permite centrar nuestro esfuerzo en algo y la mayor recompensa es conseguir lo que queremos. La educación ha de potenciar este tipo de planteamientos. Pero debe hacerlo desde el equilibrio y el convencimiento de que el mundo no se va a acabar si algo nos retrasa o finalmente nos impide conseguir nuestro objetivo. Los padres debemos estar ahí para ayudar a nuestros hijos a levantarse del suelo cuando se han caído, no para estar empujándolos todo el rato, intentando que vayan a más velocidad, muchas veces en una dirección que ellos no han sido libres de elegir. Y los maestros somos la herramienta que está a disposición de los padres para conseguir esa ayuda.

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Imagen: © Mary Jo Jones - Daddys Little Girl 5 (fragmento).

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