La educación pretende ser la vara igualadora de oportunidades, pero... ¿es real? En la actualidad la diversidad social, cultural y económica en las aulas está a la orden del día. En un mismo centro educativo encontramos a alumnos que poseen diferentes contextos y entornos y evidentemente la educación que se imparte en clase es la misma para todos, pero no todos tienen los mismos recursos y apoyos para la asimilación de dichos saberes, por lo que por probabilidad, siempre se queda alguien por el camino..
Existen por supuesto casos en los que desde una situación de pobreza y exclusión se llega a la cima académica o laboral, pero esto no supone una regla general, sino la excepción que confirma esa regla. Siempre habrá casos y situaciones excepcionales, pero basarnos en ellos para indicar que cualquiera que se lo proponga puede lograrlo, sería negar un problema grave existente en nuestra sociedad.
Por todo esto es necesario que las políticas educativas se mezclen con políticas sociales. Que se trabaje con las familias y entorno a la par que se trabaja en los centros. Existe una necesidad real de transversalidad entre las políticas que se formulan desde los gobiernos. No se pueden generar políticas contra el abandono escolar si no se acompañan de políticas sociales de inclusión, por ejemplo, no tiene sentido alguno que se impulsen desde los gobiernos herramientas virtuales, como las plataformas de aulas virtuales sin asegurar que todas las personas tienen acceso directo a la red y un dispositivo desde el que trabajar.
La expresión “fracaso escolar” resulta equívoca, pues, como se ha demostramos no sólo intervienen factores relacionados con la escuela, sino también con el hogar, el entorno, la situación económica o las medidas que se toman para atajarlo. Desde esta perspectiva, el fracaso escolar constituye un fracaso social, al ser todos responsables del devenir de la sociedad.