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Ejemplo de comentario discursivo del ciclo histórico de "Cien años de soledad"

Para las referencias, sigo la edición de Unidad Editorial para la Colección Millenium, las 100 joyas del milenio, publicada por el diario El Mundo, 1999, Madrid.

Si miramos un poco en la historia de cualquier país del Cono Sur Americano y en el período de tiempo que comprende el siglo XIX y no poca parte del XX, hallaremos numerosas concordancias (aunque noveladas y lo suficientemente ambiguas como para que sea ésta una novela universal) con el ciclo histórico de Cien años de soledad. Nos encontramos, pues, con un desarrollo cronológicamente lineal de unos sucesos iniciales que se pierden en la noche de los tiempos, donde no es difícil establecer una cierta correspondencia entre la fundación de Macondo y la colonización de América por los europeos, y en última y universal instancia, la de la Tierra por parte del ser humano.

Las referencias en estos primeros pasos a la Antigüedad alcanzan incluso el ámbito de los nombres: recordemos que el segundo de José Arcadio Buendía, fundador de Macondo, refiere a la Arcadia, no otra cosa que "País imaginario, creado y descrito por poetas y artistas, donde reinaba la felicidad y la paz en un ambiente idílico" (enciclopedia Salvat), y que luego se volvería lugar común con el nombre de la Edad de Oro todo a lo largo de la literatura occidental.

Muy resumidamente, este sería el primer capítulo del ciclo histórico de la novela: la fundación de Macondo y del sedentarismo humano. José Arcadio Buendía vive con el desconsuelo que le produce el estar separado de la civilización de donde Melquíades trae los inventos, y así da en buscar, con los hombres de su pueblo, una vía de comunicación con ella. En vez de eso hallarán el mar, que infructuosamente buscaran durante veintiséis meses a través de la selva desde su origen en Riohacha, al otro lado de la sierra, y dio lugar al mítico asentamiento en tierra virgen.

En este período de tiempo que llega hasta algo después de esa colonización, tiempo que acaso podríamos llamar precientífico (siquiera en la latitud en que se desarrolla: deducimos que se trata de la primera de las zonas a que alude esta cita de la pág. 296: "para ser pionero daba lo mismo el Caribe que el África"), el hombre hablaba el lenguaje que hablaban las cosas. Todo un sistema de códigos ocultos pero presentes que conformaban una lengua genuina por todos descifrable, y como segregada por los elementos mismos. En ese momento aparecerá el hombre científico, con él su tiempo, necesitado de armar interminables catálogos y de hallar explicaciones a los sucesos. La conciencia, acostumbrada a la percepción directa y simultánea de los mensajes del mundo, queriendo nombrar y retenerlo todo, dio paso a la memoria. Sólo que ésta se vio desbordada y hubo de recurrir a la argucia de los cartelitos con el nombre de cada cosa, para escapar del olvido. Es aquí donde comienza propiamente (con todas las salvedades ficcionales y literarias) la Historia con mayúscula, derivada en primera instancia de la que viene en los libros, así como las intrahistorias que conforman las genealogías de los Buendía y demás habitantes de Macondo, o bien vale decir que finaliza la protohistoria particular de este lugar y gentes.

Históricamente nos situamos en un lugar del subcontinente sudamericano, en medio de infinitas selvas, cuando Macondo no era sino cuatro chamizos junto a un río, y en un período temporal que puede durar cien años largos y coincidir aproximadamente con el referido al inicio de este artículo. Las guerras entre liberales y conservadores y antes la llegada de los inventos, viejos en el mundo transitado por el gitano Melquíades, pero nuevos por completo para Macondo, y después el teléfono, el tren, el intervencionismo extranjero cifrado en la explotación bananera, señalan más o menos la época. Hay que decir que la geografía del antiguo virreinato de Nueva Granada (y que incluía, además de la actual Colombia, Venezuela, Panamá y Ecuador) guarda, particularmente en el caso de Colombia, demasiadas coincidencias como para considerarlas debidas al azar. Ahora bien, toda la novela es un continuo esfuerzo estilístico por situar al lector en una lectura incierta o ambigua, en la que las fronteras de lo real o palpable son sistemática-mente difuminadas en todos los aspectos y mediante el empleo de todo tipo de recursos literarios, tanto en el plano del contenido cuanto en el de la expresión, particularmente en lo que antes se llamaba dispositio y más recientemente estructura y articulación del texto. Ello es en el caso concreto de este libro asunto crucial, dado que interfieren entre sí magistralmente distintos conceptos de tiempo. Por ejemplo, la narración de los acontecimientos es en principio lineal y progresiva, mas hay tal cantidad de anticipaciones respecto a lo que ocurrirá después, mucho después en algún caso, y por otro lado, de recuerdos que conectados entre sí van tejiendo la historia que llevamos leída (y ello por parte del narrador como de varios personajes), que hemos de deducir se trata de una linealidad contada por alguien que conoce la historia de antemano y que en realidad (como sabremos después) ya estaba escrita. Ello se identifica también con la pericia de un narrador plenamente omnisciente.

García Márquez sitúa a lo largo del relato, no obstante, elementos suficientes como para que el lector se localice geográfica y cronológicamente de modo aproximado en él, además de los referidos: así cuando José Arcadio Buendía halló en el río la armadura europea que llevaba allí varios siglos, o el descubrimiento del galeón español a doce kilómetros tierra adentro de la costa.

Dos serían en cambio los elementos históricos fundamentales que a este respecto y a mi entender, articulan la novela: los treinta y dos alzamientos del coronel Aureliano Buendía durante las guerras civiles entre liberales y conservadores, en que en general se inscribe buena parte de las genealogías de Macondo (correspondiendo con la guerra civil colombiana que, como dice D. L. Shaw [pág. 110 de Nueva narrativa hispanoa-mericana. ed. de 1983], "empezando por el <<bogotazo>> de 1948, duró casi veinte años"), y la historia de la explotación bananera y la matanza de campesinos. Aunque notamos que la realidad se desdibuja continuamente: no estamos ante personajes estrictamente históricos, hijos suceden a padres y abuelos (en el caso de los Buendía) con iguales nombres, cada dos generaciones, y además la longevidad los hace vivir muchos sucesos compartidos, al margen de la particularidad en cierto modo también cíclica de cada miembro de la estirpe. Los sucesos históricos pudieron ocurrir en cualquier país de ese entorno, tras la descolonización europea generalizada, pero esto resulta aun más ambiguo (menos localizable y, así, más universal) por una extensa suma de recursos estilísticos, que se enlazan en la mencionada linealidad, y entre los que destacaría: a) esa realidad paralela de corazonadas, apariciones de muertos, sueños premonitorios, tarot y adivinaciones, etc., posibles leyendas inverosímiles que los habitantes de Macondo dan por ciertas y transmiten oralmente, y b) muy relacionado en cierto sentido con lo anterior, esas noticias que el lector da por históricas, como la de la matanza de tres mil y pico de campesinos de la plantación, o la propia existencia de la central bananera y aun de los trabajadores, que las versiones gubernamentales consiguen barrer de la memoria de la zona (con alguna heroica excepción). Una parte de esa historia, pues, parece acabar con la rendición del coronel Aureliano Buendía y los suyos, "a la sombra de una ceiba gigantesca en torno a la cual había de fundarse más tarde el pueblo de Neerlandia" (pág. 143). Y en verdad acaba, aunque Aureliano amague con volver a tomar las armas y echarse al monte, pues ya no hará sino encerrarse a hacer y deshacer pescaditos de oro, con tal de olvidar la guerra.

Así se inaugura una nueva época en dos partes, en que José Arcadio Segundo entra en el cuchitril de Melquíades y descubre los manuscritos, para aquél indescifrables, como el propio gitano dice apareciéndosele: "Nadie debe conocer su sentido mientras no hayan cumplido cien años" (pág. 149).

El fin parece no llegar nunca. Aparecen los diecisiete hijos diseminados del coronel, resumen, como se dice, de toda su guerra: "Aquella lista [con los datos de los diecisiete vástagos] habría permitido hacer una recapitulación de veinte años de guerra" (pág. 172). Es el momento de la irrupción de muchos de los adelantos fundamentales del momento, como la luz eléctrica, el ferrocarril, el primer coche de Macondo, todo ello a la vez que "la peste del banano" (pág. 183).

A la supuesta historia real, y a las otras dos mencionadas, hay que añadir ciertas, digamos, intrahistorias inconcebibles, en lo que se ha dado en llamar realismo mágico, como la ascensión de Remedios, la bella, cogida a unas sábanas, o las levitaciones tras ingesta de chocolate por parte del viejo párroco. En el primero de los casos y en algunas otras ocasiones -pero no siempre-, el narrador insinúa la interpretación pragmática de lo que pudo ocurrir, aquí por otra boca: "los forasteros, por supuesto, pensaron que Remedios, la bella, había sucumbido por fin a su irrevocable destino de abeja reina, y que su familia trataba de salvar la honra con la patraña de la levitación" (pág. 188).

Pero nada parece acabar, otra vez. Con la senil y ciega lucidez de Ursula da comienzo otra etapa, llega el replanteamiento por su parte de los diversos caracteres de sus familiares, que esencialmente salen bien parados o al menos mejor entendidos. La muerte unirá los destinos bajo el castaño de José Arcadio Buendía y de su hijo el coronel, el día en que éste vio pasar el circo y tras orinar como de costumbre en el tronco, fallecerá apoyando en él la frente.

Sin embargo y pese a las apariencias, todo acaba. Según nos aproximamos al cumplimiento de los cien años empiezan a aparecer los signos que lo preludian, como el viaje en tren de Renata, donde se dice "[el tren] salió luego al mismo aire diáfano y al mismo mar espumoso y sucio donde casi un siglo antes fracasaron las ilusiones de José Arcadio Buendía" (pág. 230). Úrsula vuelve a exclamar, a sentir que "es como si el mundo estuviera dando vueltas" (pág. 232). Confluyen otra vez los hechos históricos, sus desmentidos oficiales, los diversos tiempos personales y las vueltas que dan al entender de Úrsula, cuando Aureliano Segundo se encierra otra vez en el cuarto de Melquíades y en sus pergaminos, que estudiará durante los cuatro años, once meses y dos días que dura el diluvio que pudre a Macondo. Este diluvio, además de ser otra referencia bíblica más (llena de significados, como el del fin de un mundo del que resulta, con sus restos, otro distinto), supone mientras dura un tempo diferente en el que se ven inmersos los pobladores. Aureliano Segundo y su hermano gemelo concluirán "que José Arcadio Buendía no estaba tan loco como contaba la familia, sino que era el único que había dispuesto de bastante lucidez para vislumbrar la verdad de que también el tiempo sufría tropiezos y accidentes, y podía por tanto astillarse y dejar en un cuarto una fracción eternizada" (pág. 271). Los gemelos morirán a la vez, dejando encaminado el desciframiento de los pergaminos, que acabará el penúltimo Aureliano gracias a las indicaciones de Melquíades por las que aprende el sánscrito en que están redactados, y demás elementos literarios y extraliterarios precisos para descodificarlos, en la librería del sabio catalán. Se cumplen los cien años de soledad con el nacimiento del último Aureliano, fruto del amor de Amaranta Úrsula y de Aureliano, que vendrá al mundo untado en un ungüento azul y con cola de cerdo y acabará transportado y devorado por las prehistóricas hormigas coloradas, por la naturaleza que ya había tomado la casa, tal y como vaticinó y dejó escrito, junto con todo un siglo de los Buendía, siglo de soledad, el gitano Melquíades.

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