Pienso la poesía chilena tal como se piensa el período transcurrido entre mediados del siglo XVI y XVII en España, como un período dorado, en que se han dejado leer las figuras más importantes de las letras chilenas. Algo similar a lo ocurrido con la Generación del 27, sin embargo, con lazos de amistad que, como afirma magistralmente Faride Zerán, aún huelen a pólvora.
Lo cierto es que también el Siglo de Oro español olía a pólvora, basta pensar en la guerrilla literaria llevada a cabo por Góngora y Quevedo o Cervantes y Lope; y es que una botella es muy pequeña para albergar a tantos genios.
No es casualidad que Chile y España gocen de tantos poetas magistrales. La genialidad de sus autores no radica únicamente en la calidad intelectual que posean, sino que, estimo, obedece también a un asunto idiomático. Los poetas tienen a su disposición una misma y muy particular riqueza expresiva.
La asombrosa capacidad de síntesis de Mistral y Gil de Biedma, quienes con pocos versos, fueron capaces de enunciar lo eterno y condensar en un poema la universalidad de un sentimiento. Celebro también la ruptura de la disyunción y su cambio por la “y” de Parra y Cervantes, quienes inauguran un nuevo paradigma en que, por fin, es posible ser lo uno y lo otro, el espacio del “entre” que tanto me ha guiñado el ojo.
No me olvido de otras relaciones, menos favoritas: la verborrea de Neruda y Lope - que escribieron hasta hartar(se)-; el humor y la ironía de Quevedo y Parra (que merece repetirse cien años más); los quejidos amorosos de Bécquer, Lorca y De Rokha; el poder absoluto sobre los elementos y la creación nueva de Huidobro y Diego. Otros vínculos los explica Morales en Poesía chilena y española: convergencias y divergencias.
Los “siglos de oro” no son cien años. Pienso el nombre en un sentido transversal, despojado de la limitación temporal propia del sustantivo, porque la poesía dorada escapa al tiempo, persiste y se eterniza. Por eso celebro la poesía chilena y española en todos sus siglos, con sus monstruos enrostrándose españolismos.