Hace ya casi dos décadas que se implantó el sistema de enseñanza bilingüe en nuestros colegios e institutos y hemos recorrido sin duda un camino más que azaroso para llegar aquí, en el cual han intervenido todos los agentes sociales que están involucrados en el tema, esto es, gobiernos, docentes, familias y alumnos.
Cuando escuchamos a nuestros dirigentes (el signo político poco importa, pues en estos 17 años han variado varias veces los gobiernos) hablar sobre dicho sistema la sensación es de euforia, pues todos alaban las excelencias del sistema y se congratulan del avance realizado.
Sin embargo, no debemos de olvidar que cualquier sistema debería de medirse por los resultados que obtiene a medio plazo, y en este aspecto los últimos estudios realizados por la Oficina de Estadística de la Unión Europea (Eurostat) reflejan que nuestros avances en la implantación de lenguas extranjeras en nuestra sociedad, especialmente el inglés que es el que nos ocupa, es bastante deficitario y que el sistema hace tiempo que está bloqueado o experimenta unos avances muy lentoscomparados con los paises de nuestro entorno.
Así pues, cabe al menos una pregunta básica: si un alumno empieza a recibir clases de inglés durante la Primaria, continúa en Secundaria y sigue en muchas ocasiones su formación durante el Bachiller, y además recibe la enseñanza de algunas asignaturas como ciencias, arte o historia en inglés, ¿cómo es posible que al final de su formación no domine esa lengua?
No existe una respuesta sencilla para un problema complejo, así pues, quizá antes de intentar dar soluciones lo propio sería hacernos aún más preguntas e intentar contestarlas una por una para sacar ulteriores conclusiones. Dice el saber popular que haciendo buenas preguntas conseguiremos buenas respuestas, y que llevando a la práctica esas buenas respuestas nunca voveremos a saber de aquellas inteligentes pero molestas preguntas.
¿Tiene España un sólo y homogéneo sistema bilingüe?
La respuesta es NO. Las comunidades autónomas tienen transferidas muchas de las competencias básicas en materia de educación, con lo cual no hay criterios homogéneos y dependiendo de dónde se viva el nivel alcanzado por el alumno será absolutamente variable, sin olvidar el nivel del docente, que lo será de la misma forma.
Para que cualquiera pueda entenderlo, en Madrid, para poder superar las oposiciones a profesor de infantil, primaria y secundaria en centros concertados y bilingües se exige un nivel B2.
Por su parte, en Cantabria y la Comunidad Valenciana, el nivel mínimo exigido para poder impartir clases de inglés es el C1. El mismo que se le exige a los profesores de inglés, los sustitutos, en Cataluña.
Suponiendo que las capacidades de todos estos docentes ”reciclados a marchas forzadas” fueran las mismas, la siguiente pregunta es:
¿Están nuestros alumnos preparados para recibir toda esta información en una lengua distinta a la suya?
La respuesta genérica sería de nuevo NO.
No nos es ajeno el caso del alumno que tiene problemas en la asignatura de inglés y por tanto suspende ciencias, historia o música porque son impartidas en esa lengua. Como solución a este problema evidente algunos centros han optado por duplicar la asignatura y darla en los dos idiomas, con un desperdicio evidente de recursos y tiempo que podrían ser dedicados a otros menesteres quizás más urgentes.
Al mismo tiempo en mi experiencia lo que se premia es el aprendizaje memorístico, ya que al no manejar la lengua, lo que le queda al alumno es el obsoleto e inútil recurso de “empollar” para salvar la asignatura.
Una tercera pregunta evidente, pero que no se está llevando a cabo de una forma metódica y palpable es:
¿Quién evalúa al docente para saber si es apto para el desempeño de esa labor?
NADIE.
No quisiera que nadie interpretara que estoy en contra de un sistema bilingüe, porque no hay nada más lejos de la realidad, pero lo que sí es cierto es que a veces es mejor no hacer nada que hacer cualquier cosa; para que algo tan importante como la educación de nuestros hijos tenga un futuro despejado y prometedor es necesaria la implicación de todas y cada una de las partes sin dejar fuera de la ecuación a ninguna de ellas.
No podemos permitirnos cambiar las leyes educativas cada vez que cambia el gobierno, para luego encontrarnos con que después de mucho marear la perdiz los resultados finales son iguales o peores que los anteriores. Cuando la educación depende del signo político, no estamos hablando de modelo educativo, sino de propaganda y adoctrinamiento.
El modelo bilingüe puede ser y será bueno cuando se lleve a cabo con sentido común y medios; en el año 2018 casi 90 centros de primaria y secundaria de Castilla-La Mancha, Castilla y León y Navarra salieron del programa y volvieron a dar las asignaturas en español por los problemas de aprendizaje de los alumnos con el beneplácito de la mayoría de sus padres. Algo pasa cuando hay que revertir el sistema.
¿En verdad alguien piensa que en una prueba como la EBAU, donde la asignatura de inglés cuenta con un examen donde no se evalúan destrezas como el Speaking o el Listening, esto es, no se evalúa si los chavales saben entender y hablar el idioma, es una prueba seria?
Deberíamos de utilizar menos palabras altisonantes como bilingüismo, y a cambio ser más humildes y trabajar con estrategias comunes guiadas hacia el bien común, donde todas las partes implicadas aporten y donde seamos más competentes ahora para poder ser más competitivos en el futuro.
Si no es así, volveremos a los oscuros tiempos donde la educación era el privilegio de unos pocos y no el derecho de la mayoría, y como persona dedicada a la comunicación creo que el mensaje ha de ser claro y atractivo para la mayoría, claro que sí, pero nunca debe de ocultar la realidad, y aún menos deformarla.
