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Docente investigador: una necesidad en la educación chilena contemporánea

La sociedad contemporánea se caracteriza por la rapidez con que cambia, producto del avance tecnológico y el significativo progreso de los sistemas comunicacionales. Ello trae consigo que existan sustanciales y constantes variaciones en las relaciones interpersonales, los intereses y motivaciones de las personas, los contextos, y la lista suma y sigue: cambia, todo cambia. Lo anterior exige crear nuevas imágenes de la sociedad, acordes con los nuevos tiempos.

El ámbito educativo, claramente, no es la excepción. Han cambiado los perfiles de los alumnos y de los docentes, los contextos y herramientas educativos, entre muchos otros aspectos. Surge, por tanto, la necesidad de que los docentes comprendamos la nueva realidad a la que nos enfrentamos. Esta comprensión no se obtendrá de otra manera que no sea investigando, analizando nuestra práctica educativa constantemente y obligándonos a redefinir sus alcances. Esta reflexión da punto de inicio a la discusión respecto de cuál es la importancia de la investigación en educación y, por añadidura, por qué es necesario un docente que investigue.

Diversos autores han estudiado la utilidad de la investigación en el ámbito educativo. Bausela (2004) entiende la actividad de “enseñar” como un proceso de investigación, de continua búsqueda. Indagar es, por tanto, una actividad inherente al acto de educar. Esta declaración debe entenderse más allá del hecho de buscar contenidos para luego transmitirlos a los alumnos, pues atrás quedaron aquellos enfoques educativos psicométricos y técnicos que mecanizaban al docente. Un verdadero investigador, plantean González, Zerpa, Gutiérrez y Pirela (2007), busca comprender a cabalidad los fenómenos que analiza, más que la mera acumulación de cifras y datos.

Preciado y Escobar (2007) plantean la necesidad de investigar no solo los contenidos que se enseñarán, sino también cómo, es decir, con qué herramientas o recursos, qué metodología será la más adecuada, cómo se estructurarán o parcializarán las materias, etc. Todo ello debe ser coherente con los intereses y habilidades de los estudiantes. Lo anterior significa que los docentes deben también investigar las características de sus alumnos, sus realidades y contextos.

González et al. (2007) concuerdan con los autores citados y, además, enfatizan en que es el docente quien debe asumir el rol de investigador, y no otro agente. Efectivamente, son los profesores quienes dirigen y orientan los procesos de enseñanza – aprendizaje, por ende, son las figuras más adecuadas para investigar su propia realidad.

Son muchos los beneficios que tiene investigar para un docente. Por una parte, permite que aumente su conocimiento sobre terminología propia del campo que estudia, vale decir, su disciplina (Puebla, 2014). Por otra, favorece la comprensión más profunda de la realidad educativa en la que están insertos (Torres, 2018).

Esto último posibilita que el docente pueda detectar ciertas problemáticas subyacentes a su práctica pedagógica, con el fin de establecer medidas remediales que permitan fortalecer y optimizar el proceso de enseñaza – aprendizaje, - como señala Puebla (2014) - formulando juicios de valor sobre la situación estudiada, estableciendo relaciones causales y, en definitiva, tomando decisiones y generalizando conclusiones respecto de los problemas detectados.

Todas estas prácticas estarían orientadas hacia un mismo fin: mejorar la calidad de la educación. Este ha sido uno de los objetivos primordiales que los diferentes gobiernos se han propuesto, prueba de ello son las constantes discusiones y proyectos de ley que se han llevado a cabo.

Sin embargo, muchas de las reformas educativas no resultan exitosas. En gran medida, el fracaso de las innovaciones que se han intentado implementar se debe a que son soluciones copiadas de modelos extranjeros, las que fueron pensadas a partir de investigaciones que se desarrollaron en esos contextos, muchos de ellos muy distantes del panorama chileno.

Las soluciones a los problemas de educación en Chile deberían, entonces, ser buscadas a partir de investigaciones contextualizadas en la realidad nacional y sus particularidades, y para ello resulta impresindible contar con docentes que asuman esta labor.

Ahora bien, la responsabilidad no recae únicamente en los profesores, pese a que estos sean los más idóneos. Es fundamental que el Estado diseñe nuevas políticas encaminadas a fomentar la práctica investigativa, concretamente, en lo relativo a su financiamiento.

Exceptuando Cuba y Brasil, los países latinoamericanos destinan un presupuesto muy bajo para investigaciones en el ámbito educativo, en comparación con lo que se invierte en otras áreas, como medicina u otras ciencias naturales aplicadas (León, 2012). Concretamente, Chile invierte solo un 0,7% de su PIB en Investigación, de este escaso porcentaje, una cantidad todavía menor es destinada a estudios sobre educación.

Además de los docentes y del Estado, las instituciones educacionales tienen también un desafío, a saber, el de diseñar y promover programas orientados a perfeccionar a sus profesores en materias relativas a metodología de la investigación. Es deber de las universidades contar con capacitaciones y recursos que contribuyan a desarrollar las competencias investigativas en los pedagogos.

¿Y qué hay de los alumnos? Las universidades, generalmente, establecen como rasgo del perfil de egreso de sus estudiantes las competencias investigativas. Tonucci (1999, en González et al., 2007, p. 282) sostiene que “el adulto que quiere contagiar a los niños de actitudes de investigación (…) ha de ser un adulto que viva en su vida personal estas actitudes”. Si se desea que los alumnos (sean niños o no) investiguen, es imperativo que los docentes también lo hagan. Esto favorecerá el intercambio de ideas en la sala de clases, además de la creación de grupos de investigación.Esta última idea es primordial, ya que la investigación en educación no puede ser una actividad individual (Bausela, 2004), por el contrario, debe constituir un trabajo colaborativo, colectivo.

Asimismo, debe pretender lograr que “todos sean conscientes de los problemas” (González et al., 2007). De esta útima cita, quisiera enfatizar en tres términos: “todos”, “conscientes” y “problemas”. El primero de ellos tiene relación con el trabajo colaborativo que implica investigar; el segundo, con el acto de comprender a cabalidad la realidad estudiada, asumiendo conscientemente sus problemáticas; y, finalmente, el último término se vincula con la necesidad de buscar soluciones que permitan superar los obstáculos determinados y, en última instancia, mejorar la calidad de la educación.

A partir de todos los rasgos que se han atribuido a la investigación en el ámbito educativo, es posible concluir que el método de investigación que más se ajusta a lo requerido es el de la investigación – acción, por cuanto el sujeto que investiga forma parte también de la realidad estudiada, por tanto, las decisiones que tome contribuirán a mejorar su propio contexto. Esta idea es apoyada también por algunos autores, como Bausela (2004) en su artículo “La docencia a través de la investigación”.

Paulo Freire, en su libro La educación como práctica de la libertad plantea la necesidad de que los docentes se asuman como pensadores, vale decir, que “realicen la tarea permanente de preguntarle y preguntarse sobre lo cotidiano y evidente, tarea ineludible para todo trabajador social” y, con mayor razón, para todo profesor o profesora.

Esta idea fuerza permite resumir la tesis fundamental que se ha intentado sostener hasta ahora, esta es, la relevancia y conveniencia de integrar la actividad investigativa a la práctica docente. La importancia de este tópico radica en que, como docentes, tenemos la obligación de comprender (y ayudar a otros a comprender) que la investigación es una práctica inherente del profesor del siglo XXI. El docente no solo debe indagar aspectos propios de las materias que enseña, sino que debe estar alerta también a los demás aspectos implicados en el proceso de enseñanza – aprendizaje.

La investigación en el ámbito educativo, como se ha demostrado, es fundamental. La principal razón es que permite por una parte conocer mejor la realidad que enfrenta cada día el docente; y, por otra, a partir de este conocimiento más completo, proponer medidas de cambio orientadas a mejorar la calidad del proceso.

En definitiva, la discusión sostenida permite llegar a varias conclusiones. Por un lado, que la investigación debe ser una práctica continua y sistemática en los docentes, para ello, deben contar con el apoyo del Estado de las instituciones educacionales, en términos de financiamiento y perfeccionamiento en investigación, particularmente, en la metodología de la investigación – acción. Asimismo, no solo es necesario fomentar el “espíritu investigativo” en los docentes, sino también en los alumnos, objetivo para el cual el ejemplo del profesor es primordial.

González et al. (2007) sostienen que “cualquier profesional de la docencia vinculado al mundo de las instituciones está llamado a desempeñar un papel clave como investigador de su propia práctica”. Este llamado, a la luz de lo planteado, es ahora más urgente que nunca, no podemos hacer oídos sordos.

Referencias

Bausela, E. (2004). La docencia a través de la investigación – acción. Revista Iberoamericana de Educación, 35 (1), pp. 1-9

Freire, P. (1988). La educación como práctica de la libertad. México: Siglo XXI Editores.

González, N., Zerpa, M., Gutiérrez, D. y Pirela, C. (2007). La investigación educativa en el hacer docente. Laurus, 13 (23), pp. 279-309

León, J. (2012). Importancia de la investigación en educación. Revista TECKNE, 10 (2), p. 3

Preciado, E. y Escobar, J. (2007). La utilidad de las investigaciones educativas en la práctica docente.

Puebla, A. (2014). Importancia de la investigación educativa.

Sánchez, I. (2017). Investigación en Educación.

Torres, A. (2018). La importancia de la investigación educativa: apuntes pedagógicos.

Vega, E. (2018). ¿Cuánto gasta Chile en Investigación y Desarrollo?

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