Zenga: la pintura de meditación de los maestros budistas zen

En sentido estricto, deberían ser consideradas zenga (arte zen) solo las expresiones visuales directas de los maestros budistas zen (caligráficas o pictóricas) realizadas con pincel y tinta china.

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Los más conocidos, quizá sean Taiko Josetsu (1405 - 1496), Tensho Shubun (1414 - 1463), Sesshu Toyo (1420 – 1506), Takuan Soho (1573 - 1645), Bankei Yotaku (1622 – 1693), Hakuin Ekaku (1685 - 1765), Torei Enji (1721 - 1792), Sengai Gibon (1750 – 1837).

Aunque aún hoy el arte zen continúa siendo una rara y excéntrica excepción, indisociable sin embargo del arte japonés, el tiempo que ha transcurrido desde el siglo XV hasta nuestros días. Ha permitido que creciera su interés y no solo entre estudiosos y eruditos. Como reconocería el propio Stephen Addiss en Reflections on Zenga, “lo que antes se consideraba demasiado arcano para los occidentales ahora es un campo legítimo de interés, estudio y disfrute".

Así es como durante el pasado siglo se añadirían a la saga de maestros budistas y artistas zen clásicos, nuevos nombres, como los de Nantenbo (1839 - 1925), Mokurai (1854 - 1930), Yamamoto Gempo (1867 - 1963), Seki Seisetsu (1877 - 1945), Deiryu Kutsu (1895 – 1954) y Shibayama Zenkei (1894 - 1974).

¿Qué es el arte zen o zenga?

El arte zen es audaz y directo en su forma de expresión pero sutil y profundo y espiritual en su fondo. De apariencia intrascendente y hasta divertida, su engañosa simplicidad puede hacernos creer que se trata de un mero gesto arbitrario de quien carga el pincel y ejecuta la obra.

Es cierto que el arte zen no obedece a principios dictados por la razón o la lógica, pero es imposible negar que responde a leyes universales. No puede ser, pues, fruto del capricho de su autor. A pesar de ello, ¿por qué nos sigue costando tanto a los occidentales sintonizar con el arte zen?

La sensibilidad nipona: Seikaju

Hay un vocablo japonés, seijaku, que nos ayudará a responder esta pregunta. Aunque Seijaku, más que una palabra puede considerarse una actitud: el reflejo de la sensibilidad nipona frente al desorden, la crispación, el ruido ensordecedor, las multitudes, las distracciones o, simplemente el estrés de la vida diaria.

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Acostumbrados a vivir en entornos hostiles, los japoneses son capaces de mantener la calma en mitad del caos. Seijaku nos habla de serenidad y de calma, de silencio y de meditación. De atemperar nuestro espíritu para encontrar nuestro verdadero lugar en el mundo.

La pintura zen está repleta de obras sencillas, divertidas, ininteligibles, pero con un trasfondo enigmático, profundo y conmovedor.

Tras la sorpresa, el asombro o incluso la fascinación, si pretendemos participar del verdadero significado del zenga debemos observar la obra con otra mirada, más reposada, más serena, más intima y cómplice. Esta segunda mirada nos revelará, quizá, la verdadera naturaleza del objeto representado, su línea interna. Servirá para atemperar nuestra alma, para sentir que formamos parte de ella, para sentir el , la línea interna del motivo representado y experimentar su resonancia.

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Será éste el momento de volver a mirar la pintura, si, por tercera vez. En esta ocasión es posible que nos veamos a nosotros mismos. Por eso no es posible acercarse al arte zen con una mirada lógica. Simplemente deberíamos aprender a contemplarla, es decir a observarla abriendo también los ojos del corazón y de la mente, sin prejuicios, para poder aceptar que nada nos separa del motivo representado; que las montañas y las nubes de una pintura de paisaje de tinta salpicada, el trazo que acompasa y nos traduce de manera imperceptible, casi espiritual, el significado de un kanji, o el trazo circular que nos devuelve al principio son, quizá, un reflejo de nuestras propias pulsiones.

Si asumimos que somos solo lo que somos, pero que formamos parte del Todo más universal, nuestro estado de ánimo se acompasará al de la propia naturaleza, sentiremos como propias sus vibraciones más íntimas. Estaremos caminando. En silencio.

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