Kant, el hueso duro y el lenguaje filosófico

La figura de Immanuel Kant suele suscitar apasionados debates en las clases de filosofía. Hace poco, en un titular, leí que dos rusos se habían enfrascado en una pelea, en la que llegaron no solo a las manos, sino incluso a las armas (de fuego), tras una disputa sobre el filósofo alemán. No sé si el titular era fiel a la verdad. Es muy poco kantiano pelearse por Kant.

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Kant es un hueso duro del temario de Bachillerato. La mayoría de alumnos, aunque no se hayan bloqueado antes, con Platón, Aristóteles o Descartes, suelen quedarse un poco (o completamente) atónitos ante el lenguaje complejo del filósofo alemán. Y es que aprender filosofía, como les digo a mis alumnos siempre que se presenta la ocasión, es también aprender un lenguaje.

Cualquier disciplina del saber ha ido creando, a lo largo de los siglos, sus propias palabras, expresiones, modos de nombrar sus objetos de conocimiento. Si te pones a estudiar física, o economía, sabrás de qué hablo. Incluso el nutricionismo o los Recursos Humanos, la psicología o las ciencias sociales han creado sus propias jergas. ¿Por qué no, entonces, la filosofía? Es una disciplina más; es más, es la madre de todas las disciplinas.

¿Qué es necesario para filosofar?

Es cierto que, para filosofar, no es necesario un lenguaje complicado, sino una buena disposición a reflexionar, a observarse, a mirar el mundo con una mirada atenta y sin prejuicios. Pero la filosofía que nos enseñan en Bachillerato tiene una mirada necesariamente histórica. Aprendemos a descifrar lo que los principales exponentes del pensamiento creyeron sobre la realidad. Y digo "descifrar" porque, en realidad, se trata de eso. Aprender filosofía, como aprender álgebra, es como aprender a descifrar jeroglíficos. Hay palabras, como sustancia, accidente, hilemorfismo, atributo, existencia, metafísica, a priori, mónada... que debemos conocer y saber a qué se refieren, antes incluso de empezar a leer los textos. De lo contrario, pasa lo mismo que cuando tratamos de escribir un texto en una lengua que estamos aprendiendo, sin conocer del todo sus palabras: el sentido del texto es ambiguo, y el examinador se dará cuenta de que nuestro nivel de comprensión no es el adecuado.

Esto pasa muchísimo en los exámenes de Filosofía de Bachillerato. Los alumnos tienden a aprender de memoria palabras de las que no terminan de comprender el significado. Y ello hace que lo que escriben tenga un sentido muy ambiguo. Y pasa muchísimo, especialmente, a partir de Kant (¡no digamos ya con Nietzsche!). Hay que comprender que, a partir de la época de Kant, la filosofía ya lleva muchos siglos de andadura y ha ido sofisticando su lenguaje hasta cotas muy altas y complejas. Esto no es ni bueno, ni malo: es como es, no podemos cambiar la historia. Pero nos enseña la inmensa importancia de conocer el lenguaje filosófico, de saber a qué se refiere Kant con "a priori", "entendimiento", "metafísica", "fenómeno" o "noúmeno".

Aprender el lenguaje adecuado para filosofar como Kant

Como profesor, mi tarea es primero ayudar al alumno a traducir ese lenguaje a su propia lengua, a sus propias expresiones. Si el alumno no llega a comprender nunca que "noúmeno" significa "la parte de la realidad que no podemos ver, que queda siempre más allá de lo que nuestros sentidos pueden captar", utilizará la palabra como quien usa un sustantivo inglés del cual no termina de comprender qué quiere decir.

Si no llega a comprender que "a priori" quiere decir "todo aquello que sucede en nuestro interior con independencia de lo que captan nuestros sentidos", pasará lo mismo. Para que lo comprenda, es importante que sepa identificar, en su propia vida, aspectos que respondan a estas realidades. Que aprenda a mirar la realidad como Kant, sabiendo que hay ideas, conceptos, que están en su interior sin que nada del exterior los haya traído. Poner cientos de ejemplos de la vida cotidiana facilita al alumno a conectar con el hecho de que la filosofía no habla de realidades alejadas e inaccesibles. No hay que querer complicarles la vida deliberadamente, exigiéndoles un esfuerzo extra. Eso vendrá después, no en este momento.

Una vez el alumno es capaz de identificar aspectos de su vida cotidiana relacionados con los conceptos que queremos explicar, estará ya en condiciones (ahora sí) de regresar al lenguaje técnico y realizar el esfuerzo de integrarlo, sin necesidad de tenerlo que aprender de memoria. Será entonces cuando pueda comprender el lenguaje filosófico y usarlo con más soltura. Este método da siempre buenos resultados, aunque, lógicamente, no son inmediatos. Requiere un aprendizaje de ida y vuelta: ir a la vida cotidiana para explicar los conceptos; regresar a los conceptos una vez han sido comprendidos. Entonces, ha aprendido, al menos en parte, esta lengua.

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