Platón y la teoría de las ideas. La práctica de la virtud que hace crecer las alas

Platón (siglo V a. C., Atenas) ha sido sin duda uno de los filósofos más importantes de la historia de la filosofía de Occidente, tanto es así que Alfred North Whitehead diría que toda la filosofía de Occidente se reduce a una serie de notas escritas al margen de las páginas de Platón.

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Nos encontramos ante uno de los grandes titanes que ha puesto los fundamentos de nuestras instituciones sociales, del derecho y la política y que ha tenido al mismo tiempo grandes repercusiones en la educación, en la religión cristiana y en nuestra manera general de ver el mundo.

Con razón podemos mencionar que su apodo fuese Platón (su nombre auténtico fue Aristócles), que quiere decir “el de espaldas anchas”. Él fue el que cargó y trajo sobre su amplia espalda algunas de las piedras fundamentales que conforman la tremenda estructura de la historia de nuestra civilización.

De su pensamiento podemos destacar la teoría de las ideas (que no tiene nada que ver con la mera ocurrencia de un momento dado: ¡tengo una idea!). Ésta explica que existen dos mundos -uno inteligible y otro sensible (capaz de ser sentido)- y que en cada uno de estos mundos existen distintas entidades: en el primero nos encontramos con los números y con las ideas y en el segundo con las imágenes sombrías y con las cosas naturales y artificiales.

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Diferencias y similitudes entre el mundo sensible y el mundo inteligible

El mundo sensible es distinto del mundo inteligible, pero al mismo tiempo está conectado a él. Es distinto porque mientras que el primero es visible, mutable, temporal, variable, mortal, corpóreo e imperfecto, el segundo es todo lo contrario, invisible, inmutable, atemporal, invariable, inmortal, eterno, incorpóreo y perfecto.

Sin embargo, más allá de las diferencias podemos encontrar también similitudes y una dependencia del mundo sensible del inteligible. ¿Por qué? Por ejemplo, con respecto a nuestro cuerpo podemos decir que en tanto que participa del mundo sensible, está sujeto al cambio: somos concebidos, nacemos, crecemos, nos desarrollamos, envejecemos y morimos. Este es el proceso natural del ciclo vital.

Pero para Platón nosotros no somos simplemente un cuerpo, sino que este tiene su esencia, concepto o idea en el mundo inteligible. Allí existiría la idea universal de “ser humano”, gracias a la cual existirían la multiplicidad de hombres y mujeres del mundo sensible.

Así que, aunque no podemos negar la diferencia de la multiplicidad (hombre y mujer, según el género; culturas, etnias, religiones y demás diferencias), tampoco podemos negar la singularidad en la que finalmente todos quedamos deglutidos: la idea de ser humano. Es por eso que existen los Derechos Humanos y se aplican a todos. Sí, la idea es condición de posibilidad de la sensibilidad.

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¿Cómo podemos conocer estos mundos?

Según el filósofo griego, por medio de los sentidos corporales y de la razón. Los primeros perciben el mundo sensible y la segunda el mundo inteligible. Pero de nuevo encontramos una nueva conexión, porque gracias a los datos que percibo por medio de los sentidos en el mundo sensible, es que puedo acceder al mundo inteligible.

En otras palabras, gracias a que yo percibo cosas naturales y artificiales, puedo decir con seguridad que cada cosa tiene su lugar en la idea, pero al mismo tiempo percibo cosas invisibles por medio de los sentidos que también tienen su lugar en la idea.

Por ejemplo, nadie se encontrará nunca con la idea de justicia en sí, pero con total seguridad todos nos encontramos con acciones que nos parecen justas o injustas, ¿no? Dostoievski decía que “si Dios no existe, todo está permitido”. Platón diría que si la idea de justicia no existe, entonces tampoco existen las injusticias. La existencia de las esencias quedaría evidenciada desde el grito impotente del niño que con apenas conciencia dice: “¡esto es injusto!”.

En el fondo de esta doctrina hay una división dualista ontológica, epistemológica y antropológica que descansa en la existencia de dos mundos, de dos modos de conocer y de dos partes que conforman la vida del ser humano.

Este estaría formado por un cuerpo y un alma que estarían en un continuo combate, porque mientras que el primero tendería a satisfacer sus propias “pasiones carnales”, el segundo tendería a elevarse al mundo del que proviene. ¡Sí, del que proviene!

El alma es eterna y antes de encarnarse en el mundo vivía y se movía en la región inteligible, dice Platón, pero debido a una falta empezó a caer precipitadamente a la región sensible y quedó atrapada en un cuerpo, de ahí que “el cuerpo sea la cárcel del alma”.

Esta corporeización le habría llevado a un olvido de sí misma y de las ideas, pero todo olvido siempre ofrece la posibilidad del recuerdo (o reminiscencia). Recordar-se sería al mismo tiempo un ser-liberado, y este proceso se daría de forma misteriosa por medio de la práctica de virtudes como la templanza, la fortaleza y la prudencia (virtudes que se corresponderían al mismo tiempo con las partes del alma). La virtud sería el alimento sustancial por el que le crecerían de nuevo las alas al alma, podría elevarse, acordarse y contemplar su origen.

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