Si alguien me hace esa pregunta tan usual, ya sabes, "¿en qué trabajas?", contesto que soy editor. Mi profesión se desempeña esencialmente en soledad, rodeado de libros y con la pantalla resplandeciente de un portátil frente a mí para gestionar, revisar, corregir y diseñar textos.
Es lo que hago día a día, a veces noche a noche cuando los proyectos —y las imprentas— apremian. Novelas, mundos imaginarios, historias biográficas. De cierta forma, tras mis estudios busqué esta actividad que se ha convertido en mi estilo de vida y coincide con mis gustos.
Sin embargo, tengo un segundo trabajo, uno que no busqué y que por suerte me encontró a mí: soy profesor. Como mi abuelo y un montón de tías desperdigadas en distintas ciudades y pueblos, enseño lo que sé.
Con esto me siento parte de una tradición familiar invaluable. Al mismo tiempo, enseño con la certeza de que soy un eslabón de esa especie que no ha desaparecido desde los tiempos de la Academia de Platón. Es esa de los profesores, aquella que siente una satisfacción profunda cuando se da cuenta que lo que ha enseñado ha provocado interés y, más aun, pasión.
Las personas que deciden aprender algo y finalmente lo absorben son susceptibles de enseñarlo para que otros lo aprendan, y así sucesivamente en un círculo virtuoso. Considero que lo más importante para nosotros los profes, sobre todo los particulares, es ir comprendiendo que además de serlo somos alumnos. Aquí los roles se intercambian, se mezclan, en una dinámica de aprendizaje que no se detiene y que a cada clase trae sorpresas.
Alejados del concepto de autoridad de las escuelas antiguas, decidir ser profe puede implicar mucha dedicación y tiempo cuando no quieres que tus cases sean tradicionales y aburridas. Hay que planificar, es necesario organizarse y, a veces, desplazarse de un lugar a otro de la ciudad para cuando los alumnos juegan de local.
Hay cansancio, sí que lo hay. Sin embargo, hace una falta una sola recompensa para solazarnos y confiar que estamos en el buen camino. ¿Cuál es? Las buenas experiencias y la consecuente alegría (de profesores y alumnos) cuando han aprendido algo nuevo.
